Hay situaciones que nos enfadan, simple y llanamente. Hay momentos en
que no logramos dominar esa sensación de ira que va creciendo
rápidamente en nuestro interior hasta estallar. También hay personas que
ejercen ese mismo efecto. Puede tratarse de personas extremadamente perfeccionistas,
demasiado críticas o gente que no se comprometen. De una forma u otra,
lo cierto es que sus comportamientos y actitudes terminan haciendo mella
en tu equilibrio psicológico, te desestabilizan y generan ira.
Sin embargo, en realidad esa persona no es la culpable de que estés
enfadado. No te has enfadado por su culpa, has sido tú quien le has dado
el permiso para hacerlo, has permitido que su comportamiento tenga una
resonancia en tu interior, has permitido que te desestabilice. Después
de todo, debemos recordar que solo puede hacernos daño aquello que
realmente nos importa.
Por eso, cada vez que dejamos que una persona desate nuestra ira, es como si dijéramos “lo que piensas sobre mí, es más importante que lo que yo mismo pienso”. De esta manera, cedes el control y le das poder al otro, pierdes la batalla antes de empezar.
Tus emociones son solo tuyas
Carl Rogers afirmó “Reconocer que ‘yo soy el que elige’ y que ‘yo soy
el que determina el valor que una experiencia tiene para mí’, enriquece
pero también atemoriza”. Y es que cuando nos enfadamos, tenemos la tendencia a apuntar el dedo hacia los demás.
Poner el foco fuera de nosotros es más fácil porque así nos liberamos de
cualquier responsabilidad y evitamos tener que trabajar para controlar
ese enfado. Es más fácil culpar a otro por nuestra ira que buscar las
causas en nuestro interior. Después de todo, nos han enseñado a pensar
que el enfado es una respuesta ante determinadas condiciones del medio.
Sin embargo, esta es tan solo una pequeña parte de la verdad. Lo cierto
es que nuestras emociones y sentimientos son nuestra responsabilidad
porque, si bien no podemos elegir cómo sentirnos ante determinadas
circunstancias, podemos elegir cómo reaccionar ante ello, tenemos la
capacidad de modular nuestras reacciones y mantener el control.
Por eso, cada vez que dejamos que alguien nos enfade, estamos cediendo
el control, estamos dándole una importancia que probablemente no tiene
y, sobre todo, dejamos que nos arrebate algo muy preciado: nuestra
estabilidad emocional.
Aceptar que las emociones son nuestras y que podemos elegir cómo reaccionar puede atemorizar porque implica asumir una responsabilidad enorme, pero, a la vez, abre un mundo de nuevas posibilidades porque nos invita a conocernos mejor, a bucear dentro de nosotros para comprender por qué reaccionamos de determinada manera.
Aceptar que las emociones son nuestras y que podemos elegir cómo reaccionar puede atemorizar porque implica asumir una responsabilidad enorme, pero, a la vez, abre un mundo de nuevas posibilidades porque nos invita a conocernos mejor, a bucear dentro de nosotros para comprender por qué reaccionamos de determinada manera.
¿Cómo mantener la calma?
Si lo pensamos bien, reaccionar con enfado ante alguien es como poner en sus manos nuestra estabilidad emocional. Sin embargo, ¿le confiarías tu equilibrio psicológico a un desconocido que, por demás, es descortés y te resulta antipático? Desde el punto de vista racional, la respuesta es un rotundo "no". Sin embargo, desde el punto de vista emocional, es lo que hacemos cada vez que nos enfadamos. Por eso, es importante aprender a mantener la calma. Responder con tranquilidad empodera. Y mucho.
1. Descubre el origen del enfado. Normalmente la persona que
tienes delante no es sino la llama que ha prendido la mecha. Puede ser
que en realidad estés enfadado porque has tenido un mal día, porque algo
no salió como esperabas o porque tenías demasiadas expectativas puestas
en ese encuentro. De una forma u otra, la causa del enfado se encuentra
dentro de ti, no tiene sentido buscarla fuera. Ese pequeño ejercicio de
insight
te permitirá cambiar el foco del exterior al interior, y ese simple
cambio de perspectiva ya te permitirá retomar las riendas de la
situación.
2. No lo tomes como algo personal. La mayoría de las veces nos
enfadamos porque asumimos el comportamiento o la actitud de la otra
persona como un ataque personal. Sin embargo, casi nunca es es así, se
trata de una interpretación errónea. Básicamente, lo que sucede es que
nuestro ego, que a menudo es desmesurado, nos hace pensar que
determinadas situaciones son un ataque personal, porque nos hemos sobre
identificado con la experiencia. Por eso, es importante aprender a
valorar las situaciones asumiendo una distancia emocional, así podrás
desarrollar una perspectiva más objetiva y racional. El mundo no
complota en tu contra, es solo una percepción distorsionada de un ego
enorme.
3. Cambia la forma de pensar. Para mantener la calma en las
situaciones más complicadas, puedes pensar que la ira es una especie de
regalo. Si una persona está intentando enfadarte, puedes permitírselo, o
no. Si aceptas ese “regalo”, te enfadarás y la persona habrá ganado
poder sobre ti. Al contrario, si no lo aceptas, si no le sigues el juego
a los insultos y las provocaciones, no tendrá más alternativa que
guardar para sí todos esos sentimientos tóxicos. Recuerda que hay
personas que van por el mundo como si fueran camiones de basura emocional,
pero está en tus manos aceptar que descarguen esos sentimientos tóxicos
o pedirles que los coloquen en otro sitio, lejos de ti.
En todo caso, ten siempre en mente una frase de Aristóteles: “Cualquiera
puede enfadarse, es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona
adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito
justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”.
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