Nuestra vida como humanos presenta tres características que
habitualmente pasan desapercibidas al estar inmersos en nuestros
quehaceres diarios.
La vida humana es IMPERMANENTE, INSATISFACTORIA e IMPERSONAL. Son unas características intrínsecas de la vida humana, y todos los seres viven sus vidas con esos mismos condicionantes.
Es impermanente puesto que nuestra vida acabará
tarde o temprano. No sabemos cuando sucederá. Puede ser hoy mismo,
dentro de un mes o dentro de 30 años, pero lo cierto es que un día
nuestro cuerpo dejará de albergar vida e irremisiblemente moriremos.
Nuestra manera de manejarnos en el día a día parece obviar esta
característica, puesto que realizamos multitud de acciones inútiles
imaginando que duraremos cientos de años, cuando ésto no será así. No te
molestarías en decorar la habitación de un hotel, ni gastarías tu
dinero en ello, puesto que a los pocos días deberás abandonarla. Del
mismo modo debemos obrar con nuestra vida. No es correcto malgastar
nuestro precioso y escaso tiempo cumpliendo inútiles deseos. Es mucho
mejor que utilicemos nuestra vida cumpliendo las normas del Dharma,
siguiendo las directrices del Buda e intentando seguir la senda que nos
llevará a un renacimiento auspicioso.
A consecuencia de la impermanencia, la vida humana y todo lo que contempla es también insatisfactoria.
Independientemente del status social que tengamos, de las condiciones
económicas, sociales y afectivas, todo el ser humano experimenta
sufrimiento. Al cambiar constantemente la naturaleza de las cosas, al
surgir y desaparecer, crea en nosotros un sentimiento de frustración y
sufrimiento. El cambio en sí genera sufrimiento. Nos aferramos a las
cosas como si fueran eternas, pero lo cierto es que el cambio continuo
es una realidad en sí mismo, lo que hace que suframos al ver desaparecer
aquello que deseamos. El que tiene poco, sufre. El que tiene mucho
sufre pensando en que puede perderlo. El que lo ha perdido sufre
lamentando su pérdida. El cambio y el sufrimiento, la
insatisfactoriedad, van de la mano.
Por último, la vida humana es también impersonal,
insustancial. No hay nada que tenga un “yo”, un alma. En realidad la
vida es una sucesión de fenómenos cambiantes , transitorios, sobre los
que no tenemos ningún poder. No podemos ordenar a nuestro cuerpo dejar
de envejecer, no podemos parar los cambios, no podemos dejar de morir.
Si ahondamos con mirada profunda el sentido de todas las cosas, no le
encontraremos un “yo”, una entidad propia. Todo está formado por la
unión de la materia, de los distintos átomos, y las personas no son más
que la unión de los cinco agregados con la mente. En realidad no existe
la experiencia personal. Todo forma parte de los fenómenos impermanentes
y sus combinaciones.
Teniendo en cuenta las características de la vida humana, la vía del Dharma es la única que nos proporciona un refugio seguro y un camino directo a la Iluminación.
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