“Con júbilo y soltura atravieso puentes.
Me
encantan las explicaciones prácticas. Todas las teorías del mundo son
inútiles a menos que sepamos cómo aplicarlas para cambiar. Yo siempre he
sido una persona muy pragmática, con una gran necesidad de saber cómo
se hacen las cosas.
Los principios con que vamos a trabajar ahora son:
Alimentar la disposición a renunciar.
Aprender hasta qué punto nos liberamos perdonando y perdonándonos.
Renunciar a la necesidad
Cuando
intentamos renunciar a un modelo mental, parece como si toda la
situación empeorase durante un tiempo. No es malo que así sea: es un
signo de que la situación empieza a movilizarse. Nuestras afirmaciones
funcionan, y es necesario seguir adelante.
Ejemplos
Estamos trabajando para aumentar nuestra prosperidad, y perdemos la billetera.
Estamos trabajando para mejorar nuestras relaciones y tenemos una pelea.
Estamos trabajando para mejorar la salud y atrapamos un resfriado.
Estamos trabajando en la expresión de nuestros talentos y capacidades de creación, y nos despiden.
A
veces el problema toma una dirección diferente, y empezamos a ver y a
entender más. Supongamos, por ejemplo, que usted esta tratando de dejar
de fumar y diciéndose: “Estoy dispuesto a renunciar a la “necesidad” de
cigarrillos”. A medida que insiste en su propósito, advierte que se
siente más incómodo en sus relaciones.
No se desespere: esto es un signo de que el proceso funciona.
Podría hacerse una serie de preguntas en este estilo:
“¿Estoy
dispuesto a renunciar a relaciones que me incomodan? Los cigarrillos,
¿no estarían actuando como una cortina de humo que me impedía ver lo
incómodo que me encuentro en esas relaciones? ¿ Por qué me estoy creando
esta clase de relaciones?”
Así
observa que los cigarrillos no son más que un síntoma, no una causa.
Ahora usted empieza a tener una penetración y un entendimiento de la
situación que podrán liberarlo, y empieza a decirse que está dispuesto a
renunciar a la “necesidad” de relaciones incómodas.
Entonces advierte que la razón de que se sienta tan incómodo es que le da la impresión de que los demás siempre lo critican.
Como
usted ya sabe que cada cual es el creador de sus propias experiencias,
ahora empieza a decirse: “Estoy dispuesto a renunciar a la necesidad de
que me critiquen”.
Piensa en las
críticas y se da cuenta de que, de pequeño, recibió muchísimas, y de que
el niño que lleva dentro sólo se siente “a gusto” cuando lo critican.
Su manera de ocultárselo a usted mismo había sido echar una “cortina de
humo”.
Quizá sienta que el paso siguiente es decirse: “Estoy dispuesto a perdonar a…”.
A
medida que siga haciendo sus afirmaciones, es probable que descubra que
los cigarrillos ya no le interesan, y que la gente que conoce ya no lo
critica. Entonces sabrá que ha renunciado a su necesidad, que se ha
liberado de ella.
Este tipo de
trabajo requiere generalmente cierto tiempo. Si persiste con paciencia y
está dispuesto a concederse todos los días unos momentos de
tranquilidad para reflexionar sobre su proceso de cambio, irá obteniendo
las respuestas. La Inteligencia que hay dentro de usted es la misma que
creó todo el planeta. Confíe en su Guía Interior, que le revelará todo
lo que necesite saber.
Ejercicio: Renunciar a la necesidad
Si
estuviéramos en un seminario, haría que mis lectores practicaran este
ejercicio en pareja. Sin embargo, cada uno puede también hacerlo solo
usando un espejo, si es posible grande.
Piense un momento en algo que quiera cambiar en su vida. Vaya al espejo y, mirándose a los ojos, diga en voz alta:
—Ahora
me doy cuenta de que yo he creado esta situación, y estoy dispuesto a
renunciar al modelo mental que, en mi conciencia, es responsable de esta
situación.
Dígalo varias veces, con sentimiento.
Si
estuvieran trabajando en pareja, yo pediría a su compañero que le
dijese si realmente le parecía que usted hablaba en serio. Lo que
quisiera sería que usted convenciera a su compañero.
Pregúntese
si realmente lo está diciendo en serio. Convénzase a sí mismo, en el
espejo, de que esta vez está dispuesto a liberarse de la servidumbre del
pasado.
Hay muchas personas que, una
vez han llegado a este punto, se asustan porque no saben cómo poner en
práctica esta renuncia. Tienen miedo de asumir un compromiso sin saber
todas las respuestas. Esto no es más que otra resistencia a cambiar. Hay
que ir más allá de ella.
Una de las
cosas realmente grandes es que no tenemos que saber cómo. Lo único que
necesitamos es estar dispuestos. La Inteligencia Universal —o su
subconsciente— ya se ocupará de los “comos”. Para todo lo que usted
piensa y para cada palabra que diga hay respuesta, y el momento del
poder es el presente. Las cosas que está pensando y las palabras con que
las está declarando en este momento están creando su futuro.
Su mente es un instrumento
Usted
es mucho más que su mente. Tal vez ella crea que dirige el espectáculo,
pero eso es sólo porque usted la ha entrenado para que piense así.
También se puede deshacer ese entrenamiento con el fin de adquirir otro
muy distinto.
La mente es un
instrumento que usted tiene para usarlo como le plazca. La forma en que
lo usa actualmente no es más que un hábito, y los hábitos —cualquier
hábito— se pueden cambiar si nos lo proponemos, e incluso si simplemente
sabemos que es posible hacerlo.
Acalle
durante un momento el parloteo de la mente y piense de verdad en este
concepto: La mente es un instrumento que usted puede usar de cualquier
manera, como lo desee.
Las ideas que
usted “decide” pensar crean las experiencias que tiene. Si cree que es
arduo y difícil cambiar un hábito o una idea, al decidir pensar así hará
que eso sea verdad en su caso. Si decide pensar que cada vez es más
fácil para usted hacer cambios, el haber elegido ese pensamiento hará
que sea cierto.
El control de la mente
Dentro
de usted hay un poder y una inteligencia increíbles, que responden
constantemente a sus ideas y a sus palabras. A medida que aprenda a
controlar la mente escogiendo conscientemente sus pensamientos, irá
ganándose como aliado a ese poder.
No
crea que la mente es la que lo controla; es usted quien controla a su
mente. Usted la usa. Usted puede dejar de tener esas viejas ideas.
Cuando
su pensamiento habitual intente volver, insistiendo en que “es tan
difícil cambiar”, asuma usted el control mental. Hable con su mente;
dígale: “Ahora opto por creer que cada vez se me va haciendo más fácil
cambiar”.
Tal vez tenga que repetir
vanas veces este diálogo con su mente para que ella reconozca que el
control lo lleva usted, y que lo que usted dice es lo que vale.
Lo único que usted puede controlar es su pensamiento presente
Sus
pensamientos de antes ya no están; no hay nada que usted puede hacer
con ellos, como no sea vivir hasta agotar las experiencias que ellos
causaron. Sus pensamientos futuros aún no se han formado, y usted no
sabe cuáles serán. Su pensamiento actual, lo que está pensando en este
mismo momento, está totalmente bajo su control.
Ejemplo
Si
durante mucho tiempo ha permitido que su hijo pequeño se quedara hasta
que él quisiera, y ahora usted toma la decisión de que el niño se
acueste todas las noches temprano, ¿qué cree que pasará la primera
noche? El niño se rebelará contra esa nueva regla; es probable que
chille y patalee y haga todo lo posible por no irse a la cama. Si en
este momento usted afloja, el niño ganará, e intentará siempre controlar
la situación.
Sin embargo, si usted
mantiene tranquilamente su decisión e insiste con firmeza en que ése es
el nuevo horario para acostarse, la rebeldía irá disminuyendo, y en dos o
tres noches la nueva rutina habrá quedado establecida.
Lo
mismo sucede con su mente: si duda, al principio se rebelará. No querrá
someterse a un nuevo entrenamiento. Pero el control lo lleva usted, y
si se mantiene firme, en muy poco tiempo la nueva manera de pensar habrá
quedado establecida. Y usted se sentirá espléndidamente al darse cuenta
de que no es una víctima importante de sus propios pensamientos, sino
el señor de su propia mente.
Ejercicio: Desprenderse
Mientras
va leyendo esto, haga una inspiración profunda, y mientras exhala deje
que toda la tensión desaparezca de su cuerpo. Deje que se relajen el
cuero cabelludo, la frente y la cara. La cabeza no necesita estar tensa
para que usted pueda seguir leyendo. Deje que se relajen la lengua, la
garganta y los hombros. Se puede sostener un libro con las manos y los
brazos relajados. Hágalo. Deje que se relajen la espalda, el abdomen y
la pelvis. Respire en paz mientras relaja las piernas y los pies.
¿Se
ha producido algún cambio importante en su cuerpo desde que empezó el
párrafo anterior? Sienta hasta qué punto se reprime. Si lo está haciendo
con el cuerpo, lo está haciendo con la mente.
En esta posición cómoda y relajada, dígase:
“Estoy
dispuesto a desprenderme. No me reprimo. Me aflojo. Aflojo toda
tensión. Renuncio a todo miedo, a todo enojo. Me libero de toda culpa,
de toda tristeza. Renuncio a todas las viejas limitaciones. Me desprendo
de todo esto y estoy en paz. Estoy en paz conmigo mismo. Estoy en paz
con el proceso de la vida. Estoy a salvo y seguro”.
Practique
dos o tres veces este ejercicio. Sienta el aflojamiento que implica
desprenderse. Repítalo cada vez que sienta que empiezan a acosarlo
pensamientos negativos. Se necesita cierta práctica para que la rutina
se haga parte de usted. Cuando uno empieza por ponerse en este estado
pacífico y relajado, es más fácil que las afirmaciones “prendan”, porque
uno está abierto y receptivo ante ellas. No hay necesidad de pugna, de
ninguna clase de esfuerzo. Simplemente, relájese y piense en las cosas
apropiadas. Sí, es así de fácil.
La descarga física
En
ocasiones necesitamos una descarga física para aflojarnos. Las
experiencias y las emociones pueden quedar aprisionadas en el cuerpo.
Vociferar en el interior del coche, con todas las ventanillas cerradas,
puede ser una excelente descarga si hemos estado sofocando nuestra
expresión verbal. Aporrear la cama o patear cojines es una manera
inofensiva de liberar la furia contenida, como lo es jugar al tenis o
correr.
Hace cierto tiempo, me pasé
uno o dos días con un dolor en el hombro. Procuré no hacerle caso, pero
no se me iba. Finalmente, me decidí a preguntarme qué era lo que pasaba,
y qué era exactamente lo que sentía.
“Es como una sensación de quemadura. Quemadura… quemadura… eso significa enojo. ¿Por qué estás enojada?”
Como
no se me ocurría por qué estaba enojada, me dije: “Bueno, vamos a ver
si podemos descubrirlo”. Puse sobre la cama dos grandes cojines y empecé
a aporrearlos con todas mis fuerzas.
Después
de una docena de golpes me di cuenta exactamente de por qué estaba
enojada. Era clarísimo. Seguí golpeando los almohadones y gritando para
descargar las emociones de mi cuerpo. Una vez que hube terminado me
sentí mucho mejor, y al día siguiente el hombro estaba como nuevo.
Dejarse inmovilizar por el pasado
Muchas
personas vienen a decirme que no pueden disfrutar del día de hoy a
causa de algo que sucedió en el pasado. Como antes no hicieron algo, o
no lo hicieron de cierta manera, no pueden vivir plenamente ahora. Como
ya no tienen algo que tuvieron, no pueden disfrutar del presente. Porque
en el pasado alguien los hirió, ahora no quieren aceptar el amor. Como
una vez que se comportaron de cierta manera les sucedió algo
desagradable, están seguros de que volverá a sucederles si actúan de ese
modo. Porque una vez hicieron algo de lo cual se arrepintieron, se
consideran para siempre malas personas. Alguien les hizo una mala pasada
en una ocasión, y ahora están seguros de que su vida no es lo que ellos
quisieran por culpa de aquella persona. Porque en el pasado una
situación los indignó, ahora se aferran virtuosamente a aquella
indignación. Debido a alguna antigua experiencia en que se sintieron
maltratados, jamás han querido perdonar ni olvidar.
- Porque no me invitaron a la fiesta de fin de curso, hoy no puedo disfrutar de la vida.
- Porque en mi primera prueba de selección no tuve éxito, ahora todas las pruebas me aterrorizan.
- Porque estoy divorciado, no puedo llevar una vida plena.
- Porque mi primera relación amorosa terminó, me he cerrado para siempre al amor.
- Porque en una ocasión me dijeron algo hiriente, jamás volveré a confiar en nadie.
- Porque una vez robé algo, debo autocastigarme siempre.
- Porque de niño fui pobre, jamás llegaré a ninguna parte.
Lo
que muchas veces nos negamos a reconocer es que aferramos al pasado,
haya sido lo que haya sido y por más terrible que fuera, sólo sirve para
hacernos daño. A “ellos en realidad no les importa, y por lo común, ni
siquiera se dan cuenta. Si nos negamos a vivir plenamente el momento
presente, sólo nos hacemos daño a nosotros mismos.
El
pasado pasó, pertenece al ayer y no es posible cambiarlo. Este momento
es el único en que podemos vivir. Hasta cuando nos quejamos del pasado,
nuestro recuerdo de él se da en el presente, y en el proceso nos estamos
perdiendo la verdadera vivencia de este momento.
Ejercicio: Renunciamiento
Liberemos
ahora la mente del pasado, renunciando al apego emocional que sentimos
por él. Dejemos que los recuerdos no sean más que recuerdos.
Si
uno vuelve a pensar en la ropa que solía usar cuando estaba en tercer
grado, eso no tiene por lo general ninguna connotación emocional; no es
más que un recuerdo.
Lo mismo puede
ocurrir con todos los sucesos pasados de la vida. A medida que los
desnudamos de su carga afectiva, adquirimos mayor libertad de valernos
de todo nuestro poder mental para disfrutar de este momento y crear
nuestro futuro.
Haga una lista de
todas las cosas de las que está dispuesto a “soltarse”. ¿Está realmente
dispuesto a hacerlo? Fíjese en sus reacciones. ¿Qué tendrá que hacer
para desprenderse de esas cosas? ¿Hasta qué punto está dispuesto a hacer
eso? ¿Qué nivel alcanza su resistencia a cambiar?
El perdón
El
paso siguiente es el perdón. Perdonarnos y perdonar a los demás es algo
que nos libera del pasado. En A Course In Miracles se reitera una y
otra vez que el perdón lo resuelve casi todo. Yo sé que cuando nos
quedamos atascados, por lo general eso significa que hay algo más que
perdonar. Si en el momento presente no vamos fluyendo libremente con la
vida, generalmente eso quiere decir que nos estamos aferrando a algo
pasado. Puede ser arrepentimiento, tristeza, dolor, miedo, culpa,
reproche, cólera, resentimiento e incluso, a veces, deseo de venganza.
Cada uno de estos atados se genera en un reducto de dureza, en una
negativa implacable a renunciar, a aferrarse y a instalarse en el
presente.
El amor es siempre la
respuesta a una especie de curación. Y la senda que conduce al amor es
el perdón. Al perdonar se disuelve el resentimiento. Es una actitud que
suelo abordar de diversas maneras.
Ejercicio: La disolución del resentimiento
Un
amigo mío ideó un ejercicio, que siempre funciona, para disolver
el resentimiento. Para hacerlo, siéntese tranquilamente con los ojos
cerrados, y deje que mente y cuerpo se relajen. Después, imagine que
está sentado en un teatro a oscuras, frente a un pequeño escenario. En
él ponga a la persona contra quien sienta más resentimiento; no importa
que pertenezca al pasado o al presente, que esté viva o muerta. Cuando
la vea con claridad, imagine que a esa persona le suceden cosas buenas,
cosas que serían importantes para ella, y véala sonriente y feliz.
Mantenga durante unos minutos esta imagen y después deje que se desvanezca.
El
ejercicio es éste, pero yo le añado un paso más. Cuando la persona
desaparezca del escenario, instálese allí usted mismo. Imagínese que le
suceden cosas buenas, véase feliz y sonriente. Dése cuenta de que la
abundancia del Universo está al alcance de todos nosotros.
El
ejercicio anterior, que para algunos será muy difícil de hacer,
disuelve las sombrías nubes del resentimiento con que la mayoría de
nosotros cargamos. Cada vez que lo haga, imagínese una persona
diferente. Practíquelo una vez por día durante un mes, y observe cuánto
más ligero se siente.
Ejercicio: La venganza
Quienes
caminan por la senda espiritual conocen la importancia del perdón, pero
entre nosotros hay personas que necesitan un paso previo antes de poder
perdonar totalmente. A veces, al niño que llevamos dentro, para
sentirse en libertad de perdonar, le hace falta primero vengarse. Por
eso, este ejercicio es muy útil.
Con
los ojos cerrados, siéntese en silencio, tranquilamente. Piense en las
personas a quienes más le cuesta perdonar. ¿Qué le gustaría realmente
hacerles? ¿Qué tendrían que hacer para que usted las perdonara?
Imagínese que eso sucede ahora; entreténgase en los detalles. ¿Durante
cuánto tiempo quiere que sufran o que hagan penitencia? Cuando sienta
que ya ha acabado, condense el tiempo y dé todo por terminado, para
siempre. Generalmente, en este momento uno se siente más ligero y se le
hace más fácil pensar en perdonar. Complacerse diariamente en este
ejercicio no sería bueno para usted, pero hacerlo una vez, a modo de
cierre de un capítulo, puede ser muy liberador.
Ejercicio: El perdón
Ahora
ya estamos en condiciones de perdonar. Si le es posible, haga este
ejercicio en pareja; si no, hágalo solo, pero siempre en voz alta.
Vuelva a sentarse quieto, con los ojos cerrados, y diga: “La persona a quien necesito perdonar es…, y la perdono por…”.
Repita
insistentemente el ejercicio. A algunos tendrá muchas cosas que
perdonarles, a otros solamente una o dos. Si trabaja en pareja, haga que
él —o ella— le diga: “Gracias, ahora te libero”. Si trabaja solo,
imagínese que la persona a quien está perdonando se lo dice. Hágalo
durante cinco o diez minutos por lo menos, buscando en su corazón todas
las injusticias que aún alberga, y después suéltelas; no siga
aferrándose a ellas.
Ejercicio: Visualización
Otro buen ejercicio. Si puede, haga que alguien se lo lea, o grábelo en una cinta para escucharlo después.
Empiece
visualizándose como una criatura de cinco o seis años. Mire
profundamente los ojos de ese niño. Vea la ansiedad que hay en ellos y
comprenda que la única cosa que quiere de usted es amor. Tiéndale los
brazos y envuélvalo en ellos. Abrácelo con amor y ternura, dígale cuánto
lo ama, cuánto lo quiere, cuánto le importa. Admire a ese niño,
admírelo totalmente y dígale que está perfectamente bien cometer errores
mientras se aprende. Prométale que usted estará siempre con él, pase lo
que pase. Ahora, deje que ese niño se vuelva muy, muy pequeño, hasta
que pueda guardárselo dentro del corazón. Consérvelo allí para que cada
vez que mire abajo pueda ver esa carita que se levanta para mirarlo y
brindarle todo su amor.
Ahora,
visualice a su madre como a una niña de cuatro o cinco años, asustada y
en busca de amor, sin saber dónde encontrarlo. Tiéndale los brazos,
abrácela y hágale saber cuánto la ama, cuánto se preocupa por ella.
Dígale que puede confiar en que usted esté siempre allí, pase lo que
pase. Cuando se tranquilice y empiece a sentirse segura, deje que se
vuelva muy pequeñita, hasta que pueda albergarla en su corazón, y
guárdela allí, junto con su niño, para que se den muchísimo amor el uno
al otro.
Ahora imagínese a su padre
como un niño de tres o cuatro años, asustado y llorando, en busca de
amor. Vea cómo le ruedan las lágrimas por la carita, sin saber a quién
volverse. Usted, que ya sabe cómo consolar a niños asustados, tienda los
brazos para acoger al cuerpecito tembloroso. Consuélelo, arrúllelo,
hágale sentir cuánto lo ama. Asegúrele que usted estará siempre allí,
con él.
Cuando se le hayan
secado las lágrimas, y cuando usted pueda sentirlo lleno de amor y de
paz, deje que se vuelva muy pequeño hasta que pueda acogerlo en su
corazón. Y guárdelo allí para que los tres pequeños puedan darse unos a
otros mucho amor, y usted pueda amarlos a los tres.
Hay
tanto amor en su corazón que con él podría curar a todo el planeta.
Pero por ahora limitémonos a dejar que ese amor sirva para curarlo a
usted. Sienta cómo una cálida ternura empieza a arder en el centro de su
corazón, algo afectuoso y dulce. Y deje que ese sentimiento empiece a
cambiar la forma en que usted piensa y habla de sí mismo.
En la infinitud de la vida, donde estoy, todo es perfecto, completo y entero.
El cambio es la ley natural de mi vida, y al cambio doy la bienvenida.
Me dispongo a cambiar y decido modificar mi manera de pensar.
Decido cambiar las palabras que uso.
De lo viejo a lo nuevo, avanzo con júbilo y soltura.
Perdonar es, para mí, más fácil de lo que pensaba.
Perdonar hace que me sienta libre y sin cargas.
Con júbilo aprendo a amarme cada vez más.
Cuanto más me libero del resentimiento, tanto más amor tengo para expresar.
El cambio de mis pensamientos hace que me sienta una buena persona.
Estoy aprendiendo a convertir el día de hoy en un placer.
Todo está bien en mi mundo.
Capítulo. 7 . El Cambio
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