Matajuro Yagyu fue el hijo de un famoso
espadachín. Su padre, creyendo que el trabajo de su hijo era muy
mediocre para volverse maestro, lo desheredó. Así que Matajuro se fue al
monte Futara donde encontró al famoso espadachín Banzo. Pero Banzo
confirmó el juicio de su padre. “¿Deseas aprender el arte de la espada
bajo mi tutela?”, preguntó Banzo. “No cumples con los requisitos.”
—¿Pero si trabajo duro, cuántos años me tomará convertirme en un maestro?, persistió el joven.
—El resto de tu vida, dijo Banzo.
—No puedo esperar tanto, explicó
Matajuro. Estoy dispuesto a pasar por cualquier dificultad si aceptas
enseñarme. Si me convierto en tu devoto sirviente, ¿cuánto me tomará?
—Oh, tal vez 10 años, consideró el maestro.
—Mi padre se está haciendo viejo, y
pronto tendré que hacerme cargo de él, continuó Matajuro. Si trabajo con
mucha más intensidad, ¿cuánto me tomará?
—Oh, tal vez 30 años, dijo Banzo.
—¿Cómo?, preguntó Matajuro. Primero dices
10 y ahora 30. ¡Pasaré por cualquier dificultad para hacerme maestro de
este arte en el menor tiempo posible!
—Bueno, dijo Banzo, en ese caso tendrás
que permanecer conmigo por 70 años. Un hombre con tanta prisa como tú
por obtener resultados rara vez aprende rápido.
—Muy bien, declaró el joven, comprendiendo finalmente que se le reprochaba su impaciencia. Acepto.
Se le ordenó a Matajuro nunca hablar
sobre esgrima y jamás tocar una espada. Cocinó para su maestro, lavó la
loza, hizo la cama, limpió el patio, cuidó el jardín, todo ello sin una
palabra acerca del arte de la espada.
3 años pasaron. Y Matajuro siguió
trabajando. Al pensar en su futuro se entristecía. Ni siquiera había
empezado a aprender el arte al que había de dedicar su vida.
Pero cierto día Banzo se acercó
cautelosamente por detrás de él y le propinó un magnifico golpe con una
espada de madera. Al siguiente día, cuando Matajuro preparaba el arroz,
Banzo le salió al paso inesperadamente. Luego de eso, día y noche,
Matajuro tuvo que defenderse a sí mismo de las inesperadas embestidas.
No pasaba un momento del día en que no tuviera que pensar en el sabor de
la espada de Banzo.
Aprendió con tanta rapidez que su maestro sonreía complacido. Matajuro se volvió el mejor espadachín de la región.
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