¿Es o no inmortal el hombre?
—Trataré
de contestar a esta pregunta, dijo G., pero les advierto que eso no se
puede hacer de manera plenamente satisfactoria, con los elementos que la
ciencia y el lenguaje ordinario ponen a nuestra disposición.
“Usted pregunta si el hombre es inmortal o no. “Contestaré a la vez sí y no.
Esta pregunta tiene numerosos aspectos. Primero, ¿qué significa
inmortal? ¿Habla usted de la inmortalidad absoluta, o admite usted
diferentes grados? Si por ejemplo, después de la muerte del cuerpo
subsiste algo que vive aún un cierto tiempo, conservando su conciencia,
¿puede esto ser llamado inmortalidad o no? En otras palabras, a su
parecer, ¿cuánto tiempo debe durar tal existencia, para ser llamada
inmortalidad? ¿No implica esto entonces la posibilidad de una
inmortalidad «diferente» según los hombres? Y tantas otras preguntas. No
digo esto sino para mostrar cuán vagas son palabras tales como
«inmortalidad» y cuan fácilmente pueden engañarnos. De hecho nada es
inmortal. Dios mismo es mortal. Pero la diferencia entre Dios y el
hombre es grande, y naturalmente Dios es mortal de manera diferente a la
del hombre. Seria mucho mejor sustituir la palabra «inmortalidad» por
las palabras «existencia después de la muerte». Contestaré entonces que
el hombre tiene posibilidad de existencia después de la muerte. Pero la
posibilidad es una cosa, y la realización de la posibilidad es otra.
“Examinemos ahora de qué depende esta posibilidad, y lo que significa su realización.”
“El trabajo sobre sí debe comenzar por el cochero. El cochero es el
intelecto. A fin de poder oír la voz del amo, ante todo el cochero no
debe estar dormido — se debe despertar. Luego, puede suceder que el amo
hable un lenguaje que el cochero no comprenda. El cochero debe aprender
este lenguaje. Cuando lo sepa, comprenderá a su amo. Pero esto no basta,
debe también aprender a conducir el caballo, a engancharlo, a
alimentarlo, a cuidarlo, y a mantener bien el carruaje — porque no
serviría de nada el que comprenda a su amo, si no está en condiciones de
hacer algo. El amo da la orden de partida. Pero el cochero es incapaz
de marchar porque no ha alimentado al caballo, no lo ha enganchado, y no
sabe dónde están las riendas. El caballo representa las emociones. El
carruaje es el cuerpo. El intelecto debe aprender a gobernar las
emociones. Las emociones siempre arrastran al cuerpo. Este es el orden
en que se debe llevar el trabajo sobre sí. Pero fíjense bien: el trabajo
sobre los
«cuerpos», es decir sobre el cochero, el caballo y el carruaje, es una
cosa. Y el trabajo sobre las «conexiones», es decir, sobre la
«comprensión del cochero» que lo une a su amo, sobre las «riendas» que
lo conectan al caballo, sobre las «varas» y los «arneses» que conectan
el carruaje con el caballo — es algo totalmente diferente. “Sucede a
veces que los cuerpos están en excelente estado, pero que las
«conexiones» no se establecen. Entonces, ¿de qué sirve toda la
organización?
Como sucede con los cuerpos no desarrollados, la organización total es entonces
inevitablemente gobernada desde abajo. En otras palabras: no por la voluntad
del amo, sino por accidente.”
fuente :
Ricardo Soint Bell
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