Ten muy presente lo que Emile Coué denominó la
“ley del efecto contrario”. ¿Qué explica? Pues que, muy a menudo, el hacer
produce exactamente el resultado contrario al querido por la mente.
El amor… Cuando
llega a tu vida, ¿cómo llega? ¿Puedes acaso forzarlo?; ¿puedes hacer algo para
provocar enamorarte de alguien o que alguien se enamore de ti?; ¿puedes
violentarlo sin transformarlo en algo mecánico y superficial, en algo muy
distinto a ese amor que deseas?
El sueño… Es de
noche y tratas de dormir. ¿Qué harás para conseguirlo? Cualquier cosa que hagas
tendrá justo el efecto contrario porque cualquier actividad, cualquier
esfuerzo, irá en contra del sueño... La única manera de entrar en el sueño es
no hacer nada. Y si el sueño no viene, aguarda a que llegue lo más
tranquilamente posible: cualquier cosa que hagas solo servirá para retrasarlo.
Intentas
recordar el nombre de alguien… Sientes que lo tienes en la punta de la lengua,
pero, cuanto más lo intentas, menos lo consigues. ¿Qué hacer? Nada, no hagas
nada, deja de esforzarte, olvídate del asunto. Y entonces, de repente, cuando
menos te lo esperes, el nombre aparecerá en tu memoria.
Son ejemplos
simples de lo que sucede con muchas cosas de la vida… Tu mente y el ego se
empeñan en hacer y tú le sigues el juego. ¿Qué logras con ello? Lo contrario de
lo pretendido…
Pasa hasta con
la iluminación. Cuanto más la persigas, más te alejarás de ella. No en balde, la
iluminación es la comprensión profunda de la innecesariedad de la iluminación.
No tienes que hacer nada para iluminarte: es lo que eres, es imposible que no
estés iluminado. ¿Por qué no lo ves? Debido a que haces cosas para alcanzarla y
con ello solo consigues nublar tu consciencia y tu mirada… Y buscas maestros y
gurús y te vas tras esto y aquello: alguna técnica, algún curso, algún viaje,
algún mantra con que iluminarte... ¡Qué pérdida de energía; cuánta ignorancia!
¿Quieres saber el único mantra que te abrirá la puerta de la iluminación que ya
luce en ti? Apúntalo bien y para siempre: menos voluntad y más fluidez. Sí, así
de sencillo: menos esfuerzo y más relajación, más liberación. Es por esto que
Rumi afirmó: “quien no escapa de la voluntad, carece de Voluntad”. Y San Juan
de la Cruz lanzó un mensaje similar, que venía a decir que quien no escapa del
esfuerzo, para nada se esfuerza… La iluminación nunca se alcanza, ocurre. El
que vive la Iluminación es quien no está tratando de conseguirla, aquel que no
tiene meta…
¡No hagas nada
ni persigas nada y desde lo más hondo de lo que eres brotará el amor, el sueño, el nombre que no
recordabas… y hasta la iluminación! Cualquier cosa que hagas irá justamente en
contra… Deja que las cosas ocurran, no las fuerces; fluye, vive, libérate de
todo esfuerzo, de todo afán, de toda inquietud, de toda expectativa… Es tan
simple… Pero estás aferrado a la mente y sometido al mando del piloto
automático del ego, que se alimenta de la acción. Y por ello, para ti hacer es fácil,
–por muy duro que sea–, y no hacer es difícil –por muy cómodo que sea–. Si lo
comprendieras, no sería así… No hacer no requiere cualificación ni práctica
alguna; el hacer, normalmente, sí. Es por eso que la iluminación puede
acontecer en cualquier momento, porque no es cuestión de cómo alcanzarla, sino
de cómo permitirla.
Flota en el Río
de la Vida… Abandónate, ríndete, no antepongas tu voluntad. Deshazte de todos
tus conocimientos, porque solo te son necesarios cuando tienes que hacer algo.
Deja de ser ese personaje artificial que la mente y el ego han fabricado: tu
pequeña historia personal; tu personalidad; esto o aquello que imaginas ser;
todo lo que consideres tus creencias; todo lo que concibas desde el “yo”, “me”,
mí”, “mío” o “mi”. Y permite que se mueva tu energía interior… Siéntela y
síguela adonde quiera que te lleve.
Para ello no
precisas de ninguna técnica, de ningún saber hacer… Simplemente, cuando ya no estás ahí, ocurre.
Y nunca va a sucederte a ti, al “yo”… Cuando cesas de identificarte con el “yo”
físico, mental y emocional; cuando bailas, pero no hay un bailarín; cuando
observas, pero no hay un observador; cuando amas y no hay un amante… Entonces,
solo entonces, ¡ocurre!...
Viejo
hábito
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Nuevo
hábito
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Empeñarse en
hacer y conseguir cosas sin entender que, muy a menudo, el hacer produce
exactamente el resultado contrario al querido por la mente. ¿Cómo llega el
amor a tu vida?, ¿cómo el sueño al acostarte?, ¿cómo ese nombre que no
terminas de recordar y tienes en la punta de la lengua…? Con el esfuerzo no
lograrás enamorarte, ni que se enamoren de ti, ni conciliar el sueño, ni
acordarte de ese nombre… Al contrario, cuanto más te esfuerces y empeñes, más
te alejarás de conseguirlo. Pero para ti hacer es fácil –por muy duro que
sea– y no hacer es difícil –por muy cómodo que sea– porque vives bajo el
mando del piloto automático del ego, que se alimenta de la acción.
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Dejar que las
cosas ocurran, sin forzarlas; liberarse de todo esfuerzo, afán, inquietud,
expectativa: darse cuenta de que cualquier cosa que hagas irá justamente en
contra… No persigas nada y desde lo más hondo de lo que eres brotará el amor,
el sueño, el nombre que no recordabas y hasta la iluminación. Es tan simple…
No hacer no requiere cualificación, ni práctica alguna, ni conocimientos, que
solo te son necesarios cuando tienes que hacer algo… Simplemente, permite que
se mueva tu energía interior. Siéntela y síguela adónde quiera que te lleve.
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Mantente
siempre alegre y no te inquietes por nada. Y goza de la vida tal como fluya
–sin juicios, sin quejas, sin opiniones…– y mientras dure en este plano humano.
Ya eres todo, no pretendas alcanzar nada: ninguna meta, ninguna utopía, ninguna
vida o mundo mejor… Vive el aquí-ahora, la vida misma, y no pienses en el
mañana; no ciegues la consciencia con esa droga llamada futuro. ¿A dónde vas?;
¿de quién huyes? Es todo tan fácil… La utopía ya ha ocurrido, ya eres todo lo
que tu corazón puede anhelar, la meta está aquí y ahora. ¿No lo ves? Confía,
respira, flota… Desténsate, desangústiate, elimina de ti tanta desazón, tanta
ansiedad, tanto estrés, tanta neurosis, tanto sufrimiento… Y para ello no tienes que hacer nada. La
única cuestión es cómo dejar de preocuparte y cómo empezar a vivir. ¡Sé un vividor!
Permite que las cosas ocurran por sí mismas; no quieras imponer tu propia
manera.… Disfruta mientras seas. Y al disfrutar, de repente, te das cuenta:
esta es la fuente original. Has tocado la vida infinita y eterna: lo que eres,
lo que es.
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Texto extraído del libro Sin mente, sin lenguaje, sin tiempo, del que es autor Emilio Carrillo.
Puedes acceder a él a través de esta web:
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