miércoles, 16 de marzo de 2016

"El Tránsito": artículo de Emilio Carrillo para la revista "El Despertador" (enero 2016)

 
Tener miedo a la muerte es tener miedo a la vida. La Vida, en mayúsculas, incluye ambas: la vida y la muerte. Todo es Vida y la muerte no es tal, sino una puerta que se abre para pasar de una habitación a otra dentro de la propia Vida. El tránsito es la fase y el proceso intermedio que permite pasar de una habitación a la otra.

Sobre todo ello, he profundizado en un libro que acaba de ver la luz: El Tránsito: vida más allá de la vida y experiencias cercanas a la muerte, publicado por la Editorial Sirio. Su hilo conductor es el convencimiento de que para conocernos a nosotros mismos y vivir la vida hay que comprender y asumir la muerte y el tránsito que le sigue. Discernir acerca de la muerte y el tránsito y otear lo que representan no es un juego mental, ni otra de las muchas obsesiones intelectuales relacionadas con el futuro. Al contrario: conocer la muerte y el tránsito resulta imprescindible para vivir el aquí-ahora, que es la Vida misma.

Pero, ¿qué es y en consiste exactamente el tránsito? Aprovechando la oportunidad que me ofrece El Despertador, comparto sintéticamente aquí una serie de reflexiones al respecto, que se desarrollan con detalle en el citado libro.

¿Qué es el tránsito?

El tránsito arranca en el instante en el que, tras lo que la humanidad todavía denomina muerte, tú, lo que realmente eres, el “Conductor” (Espíritu, Consciencia, Luz, Energía…), sales del cuerpo y abandonas el “coche”, es decir, el “yo” físico, mental y emocional que te ha servido para vivenciar esta experiencia humana. Esto se produce exactamente cuándo cada uno, el Conductor que eres, lo determina: cada cual decide cuándo y cómo transita, en coherencia con las experiencias desplegadas en la vida física que deja atrás.

Y el tránsito dura hasta el momento en el que el Conductor, después de abandonar el coche, se introduce en el metafóricamente llamado “túnel de luz” para acceder, así, a ese otro plano de existencia que se suele calificar como vida más allá de la vida.

Por tanto, el tránsito es una fase intermedia de la vida que discurre entre la salida de este “plano material” y la entrada en el “plano de luz”. Y en ella se viven una serie de experiencias que hacen del tránsito un proceso consciencialmente dinámico, dirigido precisamente a impulsar el acceso a ese “plano de luz”.

El tránsito es una fase de la vida

La muerte es un imposible, un fantasma de la imaginación humana, un invento de la mente. Volviendo al símil utilizado en el arranque de estas líneas, la muerte no es tal, sino una puerta que se abre para pasar de una habitación a otra dentro de la propia vida, es decir, para ir de la vida en esta encarnación física a la vida en otro plano de existencia intangible e inefable. Ahora bien, la travesía de una habitación a otra no es instantánea, sino que, expresado en palabras de este mundo terrenal, tiene una duración temporal. De ahí que el tránsito sea una fase: una fase intermedia de la vida con unas características y unas leyes naturales distintas tanto de las que operan en el “plano material” como de las que son propias del “plano de luz”.

¿Cuánto dura el tránsito? Contemplado desde aquí, donde rige el tiempo y el espacio, puede ser muy breve –un puñado de minutos, algunas horas o unos pocos días o semanas- o hacerse muy largo –meses, años, décadas o, incluso, siglos-. ¿De qué depende esta duración? Exclusivamente de uno mismo. Para entenderlo, hay que tener en cuenta que, tras haber desencarnado, para entrar en el “túnel de luz” que sirve de entrada al otro plano se requieren dos cosas: primero, percatarse de que has muerto físicamente y has abandonado el coche; y segundo, aceptar tal hecho, rompiendo en consciencia con todos los vínculos, lazos e inercias que aún pudieras mantener con el “plano material”.

Ambas circunstancias son condición “sine qua non” para introducirse en el “plano de luz” y representan una toma de consciencia acerca del nuevo estado de vida y existencia. Y al desencarnar, no todos realizan esa toma de consciencia de manera rápida: aun careciendo de materialidad, no son pocos los que se siguen viendo y sintiendo consciencialmente a sí mismos con corporeidad y se mantienen ligados y apegados a los deseos, emociones, vaivenes, quehaceres, placeres y, muy especialmente, dolores y sufrimientos de lo que fue su vida física, en la que en consciencia creen continuar estando.

El tránsito es un proceso de evolución consciencial

El tránsito, además de constituir una fase de la vida que discurre entre la salida del “plano material” y la entrada en el “plano de luz”, es un proceso consciencial en el que, cuando el fallecido, por su estado de consciencia, no accede directamente y de manera natural al “túnel de luz”, se viven experiencias que modifican tal estado e impulsan la entrada en el otro plano.

En este punto, es crucial tener presente que el estado de consciencia es exactamente el mismo en el momento previo a desencarnar y una vez que la salida del “coche” se ha producido. El hecho de desencarnar no provoca, de por sí, un cambio o evolución en el estado de consciencia, por lo que la andadura por el tránsito se comienza con el mismo estado de consciencia que se tenía en los instantes previos al fallecimiento físico. A partir de ahí, dentro del tránsito se viven experiencias que impulsan la evolución de ese estado de consciencia hacia el que se precisa para adentrarse en el “túnel de luz”.

Cada uno tiene el tránsito que necesita

Por esto puede afirmarse que cada uno tiene el tránsito que necesita: con la duración y con las experiencias que posibilitan la evolución consciencial hacia el estado de consciencia que permite tanto darse cuenta de que has muerto físicamente como aceptarlo, dejando atrás las identificaciones y los aferramientos con el “plano material”.
 
fuente: aqui

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