¿Es un castigo la encarnación y están sujetos a ello sólo los espíritus culpables?
El tránsito de los espíritus por la
vida corporal es necesario para que éstos puedan cumplir, con el auxilio
de una acción material, los designios cuya ejecución les confía Dios;
es necesario para ellos mismos, porque la actividad que están obligados a
desplegar, ayuda al desarrollo de la inteligencia. Siendo Dios
soberanamente justo, debe hacer parte igual a todos sus hijos; por esto
da a todos un mismo punto de partida, la misma aptitud, las “mismas
obligaciones que cumplir y la misma libertad de obrar”, todo privilegio
sería una preferencia, y toda preferencia una injusticia.
Pero la encarnación, para todos los
espíritus, sólo es un estado transitorio; es un deber que Dios les
impone al empezar su vida, como primera prueba del uso que harán de su
libre albedrío. Los que desempeñan este deber con celo, pasan
rápidamente y con menos pena los primeros grados de iniciación y gozan
más pronto del fruto de sus trabajos. Por el contrario, aquellos que
hacen mal uso de la libertad que Dios les ha concedido, retardan su
adelanto; así es que por su obstinación, puede prolongarse
indefinidamente la necesidad de reencarnarse, y entonces es cuando la
encarnación viene a ser un castigo. (San Luis, París, 1859).
Nota. Una comparación vulgar hará
comprender mejor esta diferencia. El estudiante no obtiene los grados de
la ciencia sino después de haber recorrido la serie de clases que a
ellos conducen. Esas clases, cualquiera que sea el trabajo que exijan,
son un medio de llegar al fin, y no un castigo. El estudiante laborioso
abrevia el camino, y encuentra en él menos abrojos; lo contrario sucede
al que por pereza y negligencia le obligan a duplicar ciertas clases. No
es, pues, el trabajo de una clase lo que constituye el castigo, sino la
obligación de volver a empezar el mismo trabajo.
Lo mismo sucede al hombre en la tierra.
Para el espíritu del salvaje, que está casi al principio de la vida
espiritual, la encarnación es un medio de desenvolver su inteligencia;
pero para el hombre ilustrado cuyo sentido moral está muy desarrollado, y
que está obligado a redoblar las jornadas de una vida corporal llena de
angustias, cuando podía ya haber llegado al fin, es un castigo por la
necesidad en que está de prolongar su morada en los mundos inferiores y
desgraciados. Por el contrario, aquel que trabaja activamente en su
progreso moral, puede, no sólo abreviar la duración de la encarnación
moral, sino pasar de una sola vez los grados intermedios que le separan
de los mundos superiores.
¿No podrían los espíritus encarnarse sólo
una vez en el mismo globo y cumplir sus diferentes existencias en
esferas también diferentes? Sería admisible esta opinión cuando todos
los hombres estuviesen en la tierra, exactamente en el mismo nivel
intelectual y moral. Las diferencias que existen entre ellos, desde el
salvaje hasta el hombre civilizado, manifiestan los grados que están
llamados a recorrer. Por otra parte, la encarnación debe tener un objeto
útil; de otro modo, ¿cuál sería el de las encarnaciones efímeras de los
niños que mueren en edad temprana? Hubieran sufrido sin provecho para
ellos ni para otro; Dios, cuyas leyes son soberanamente sabias, no hace
nada inútil. Por la reencarnación en el mismo globo, ha querido que los
mismos espíritus encontrándose de nuevo en contacto, tuviesen ocasión de
reparar sus faltas recíprocas: por el hecho de sus relaciones
anteriores, ha querido además fundar los lazos de familia en una base
espiritual, y apoyar en una ley de la naturaleza los principios de
solidaridad, de fraternidad y de igualdad.
Extracto de: EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO – ALLAN KARDEC
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.