jueves, 19 de noviembre de 2015

PENSANDO COMO UNA BOLA DE NIEVE



Creciendo, cuesta abajo en su rodada, a veces los pensamientos que una vez fueron copos de nieve terminan en avalancha. ¿Exagero? Recuerda la última vez que peleabas en tu cabeza con tu pareja: le diré esto y seguro me responderá tal cosa, entonces yo le soltaré esto que tengo atragantado y cuando me salga con aquello yo le… Basta un par de minutos en este boxeo de sombras para que el pulso se acelere y el grito llegue a la punta de la lengua.

Por diseño nuestra mente reacciona ante sus pensamientos como si fueran un evento real, y además, en la medida que los pensamos nuestro cuerpo va respondiendo. Si pensamos amor, nos elevamos. Si es odio, nos crispamos. Y como la mente siempre está pensando en algo, de su actividad depende en buena parte nuestro estado de ánimo. Si te fijas bien, nuestro estado de ánimo no depende tanto de las cosas que nos pasan, sino de lo que pensamos de esas cosas que nos suceden.
Por eso es importante tomar conciencia de los pensamientos que cultivamos, porque a partir de ellos construimos el mundo en el cual vivimos. Una cosa es la realidad tal cual es, y otra distinta es como la pensamos.

Imagina a una persona que pasa el día inmersa en la idea de estar bajo amenaza. No hablo de quien sobrevive en una zona de guerra, sino de alguien que vive en un entorno medianamente estable y pasa el día rumiando pensamientos de estar siendo atacado por otros. Si además fija su atención en mensajes que refuerzan esos pensamientos y se aferra a la creencia de que el mundo es un campo de batalla, se convertirá en un ser humano que destila angustia y violencia. No importa si está en la mesa almorzando con su familia o manejando de vuelta del trabajo, igual llevará encima el peso de la amenaza y su mente está sometida a una tormenta que no amaina.

Si los observas con atención, los pensamientos son como películas que se repiten una tras otra. A veces nos enfocamos en unas cuantas escenas, otras veces dejamos correr la historia entera, pero lo cierto es que buena parte de nuestros pensamientos son recurrentes. Si nos dejamos envolver por ellos terminamos dando vueltas en una bola de nieve. O ahogándonos en un vaso de agua.
El caso extremo es el fanatismo, cuando los pensamientos intoxican la mente hasta hacerla completamente rígida. Un fanático no acepta otros puntos de vista y sus pensamientos son la gasolina que mantiene encendido un motor desbocado. Pensar sin parar en su verdad le ayuda a fijar con mayor fuerza esos pensamientos. Parar ese ciclo, aceptar otras posibilidades es visto como una traición.

¿Significa esto que pensar es malo? De ninguna forma. Pensar es una de las grandes capacidades humanas, pero ser rehenes de nuestros pensamientos es una tragedia. Cuando comienzan a girar y nos hipnotizan con su inercia, los pensamientos se van apoderando de nosotros hasta atraparnos. Así llega el momento cuando ni siquiera nos damos cuenta de lo que pensamos, pero de la misma forma, sufrimos los efectos de repetirnos unas cuantas historias (a veces malas) una y otra vez.
¿Qué clase de pensamientos cruzan por tu mente? Si ellos te generan rabia, tristeza o se elevan como barrotes en una cárcel, solo diles: LO SIENTO, TE AMO, PERDONAME, GRACIAS, comienza a fijar  más tu atención en el mundo que te rodea y menos en esas películas repetidas de la mente. Verás que tu presente es mucho más rico, diverso y pleno de lo que piensas.
fuente:
HO OPONOPONO

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