“Los años fluyen en el correr del tiempo,
dejando al hombre los recuerdos,
y en los recuerdos se entretejen para el alma,
el ser y el sentido de la vida.
Vivencia el sentido, confía en el Ser
y el Ser cósmico se unirá con el núcleo de tu existencia.”
Rudolf Steiner
Una formidable experiencia terrenal del yo humano expresado en septenios.
En
una biografía, el desarrollo de los septenios guarda estrecha relación
con la transformación de los cuerpos constitutivos del hombre. De esta
manera, estas transformaciones darán origen a las sucesivas etapas
biográficas o septenios.
Recordemos
que la Antroposofía es una cosmovisión del hombre, la cual nos permite
conocer cada uno de los cuerpos que lo conforman. Estos cuerpos son:
· Cuerpo físico, es lo que visible y conocido.
· Cuerpo etérico o vital, impregna el cuerpo físico y le da vida.
· Cuerpo astral o cuerpo de sensaciones, que permite que el hombre sienta.
· Yo o individualidad, aquello que nos hace inéditos y distintos a todos.
Sobre estos cuatro cuerpos se desarrollan los septenios o la biografía humana.
Clasificación de los septenios
Básicamente, podemos hacer una triestructuración:
Septenios del cuerpo
Del nacimiento hasta los 21 años
Del nacimiento hasta los 21 años
Septenios del alma
Desde los 21 años hasta los 42 años
Desde los 21 años hasta los 42 años
Septenios del espíritu
Desde los 42 años hasta los 63 años
Desde los 42 años hasta los 63 años
Las
posibles clasificaciones de las distintas edades de la vida son muchas:
en decenios, en septenios; la diferencia radica que, en la
Antroposofía, estos tiempos no están dados arbitrariamente. El tiempo,
que demoran los miembros esenciales en hacer su metamorfosis, es lo que
determina esta clasificación en septenios. Aproximadamente, cada siete
años se produce la transformación de cada uno de los cuerpos que
componen al hombre.
Así como los chinos dicen: “Aprender, luchar y ser sabio”; en Antroposofía, se habla de:
· maduración física,
· maduración anímica y
· maduración espiritual.
Esto quiere decir que se emplean veintiún años en consolidar la estructura del cuerpo físico.
Los
primeros tres septenios se llaman septenios del cuerpo, durante los
cuales se producen la mayor cantidad de cambios y dan la fisonomía
correspondiente a esta etapa. Desde la perspectiva de la organización
del cuerpo, del crecimiento de los órganos, hasta los veintiún años,
podemos decir que:
Primer Septenio
Desde el nacimiento a 7 años
Cuerpo Físico
Desde el nacimiento a 7 años
Cuerpo Físico
Septenios del Cuerpo
Segundo Septenio
Desde 7 años hasta 14 años
Segundo Septenio
Desde 7 años hasta 14 años
Cuerpo Etérico
Tercer Septenio
Desde 14 años hasta 21 años
Tercer Septenio
Desde 14 años hasta 21 años
Cuerpo Astral
Alrededor de esta edad, el cuerpo deja ya de crecer y comienza una transformación de lo que llamamos el alma, el mundo interior. A los 21 años, se produce el nacimiento del Yo y el cuerpo astral es donde se expresa el Yo. Un niño recién nacido no tiene conciencia, tiene conciencia cósmica. El Yo no está totalmente presente; a medida que el niño crece, el Yo se acerca cada vez más.
Alrededor de esta edad, el cuerpo deja ya de crecer y comienza una transformación de lo que llamamos el alma, el mundo interior. A los 21 años, se produce el nacimiento del Yo y el cuerpo astral es donde se expresa el Yo. Un niño recién nacido no tiene conciencia, tiene conciencia cósmica. El Yo no está totalmente presente; a medida que el niño crece, el Yo se acerca cada vez más.
El
septenio central, que transcurre entre los 28 y los 35 años, es el
período donde el Yo está más cerca de la organización física, período
denominado alma racional. Aquí, el Yo se refleja con mayor fuerza en la
personalidad. La persona privilegia el pensamiento y trae, también, el
reflejo de la individualidad; puede ser el momento de mayor orgullo, de
máxima ambición y soberbia.
En
el septenio de la maduración física, desde el nacimiento a los 21 años,
el individuo conoce o empieza a conocer la vida; en el septenio de la
maduración anímica, de 21 a 42 años, el individuo acepta la vida y, en
el tercer ciclo, el septenio de la maduración espiritual, de 42 a 63
años, recapitula sobre lo vivido. Teóricamente, esto es lo que va
sucediendo, cuando no hay alteraciones en los procesos.
Septenios del Cuerpo
· Primer septenio, desde el nacimiento hasta los 7 años
Cuando
es concebido, el hombre como embrión, aún no está organizado, no está
constituido por los cuatro cuerpos. En el seno materno, ya es
físicamente visible; esto es posible gracias a la ecografía. La madre
aporta vitalidad y, a medida que se alimenta, forma sustancia viviente.
Esto es un milagro, nadie puede hacerlo como quiere y, así, decimos que
la vida no es nuestra sino que recibimos vida.
Tanto
el embrión como el niño recién nacido no tienen conciencia; el recién
nacido no sabe quién es. En el nacimiento, el hombre no sólo es muy
parecido a un animalito sino que es mucho más débil que cualesquiera de
los animales de la creación. Los estudios nos muestran que, desde el
momento del nacimiento hasta la manifestación del Yo, el hombre podría
funcionar como un animal porque posee sólo tres cuerpos: cuerpo físico,
cuerpo etérico y cuerpo astral. Físicamente, el Yo demora más o menos un
año en manifestarse. El hombre sostiene su cabeza a los tres meses; se
sienta, a los seis meses; se pone de pie, a los nueve meses y camina, a
los doce meses; ésta es la influencia del Yo. Poder caminar significa
que la columna vertebral del hombre se yergue como consecuencia de la
acción del Yo. Merced a su propio Yo, el hombre puede erguirse y
comenzar el trabajo de sostenerse.
Como
hemos visto, los cuerpos constitutivos del ser humano no están
totalmente formados ni están todos presentes en el momento de
nacimiento. Así, describimos la vida de siete en siete años, ya que éste
es el tiempo que necesitan los cuerpos para madurar. Por lo tanto, cada
siete años se producen crisis que generan cambios importantes.
Nuestro
primer planteo es determinar qué pasó en los tres primeros septenios y
cómo ellos se reflejarán en el resto de nuestras vidas. Las experiencias
por las que atraviesa un ser humano en las primeras etapas de su vida
se reflejarán en los últimos años de la misma. Lo importante de este
planteo es descubrir los procesos de enfermedad o las situaciones
problemáticas que surgen, determinar cuáles son sus raíces y tratar de
analizar estas cuestiones desde otros puntos de vista, más allá de un
enfoque estrictamente psicológico.
Después
de nueve meses de embarazo, el niño no está totalmente formado; son
necesarios, aproximadamente, treinta y tres meses para hablar de una
evolución mínima completa. En ese tiempo culmina la formación del
sistema nervioso. Todo lo que es normal para un niño antes de los dos
años resulta patológico en el adulto: sus reflejos, la circulación
sanguínea; todo esto necesita una transformación.
En
los primeros siete años, el niño conforma y consolida su cuerpo físico;
a partir de ahora, su cuerpo físico está completo. Éste es, además, el
septenio durante el cual aparecen las enfermedades infantiles. El niño,
al nacer, trae el cuerpo vital de la madre, al cual quemará con las
altas temperaturas de las enfermedades infantiles. La fiebre que se
manifiesta, en estos primeros años de vida, no tiene nada que ver con la
fiebre que se desarrolla en los otros períodos de la vida.
Las
enfermedades infantiles tienen el propósito de que el niño desarrolle
su propio cuerpo vital, a partir de los siete años, abandonando el
cuerpo vital donado por su madre. Esto es el principio de su proceso de
individualización. Por lo tanto, es importante no interrumpir estas
enfermedades cuando aparecen.
Entonces,
a los siete años se produce una transformación muy importante: el niño
ha completado la formación de sus órganos; la formación de su cuerpo. A
partir de ahora, las fuerzas que estaban dedicadas al crecimiento se
liberan, transformándose en fuerzas delpensamiento; es decir, las
fuerzas vitales que ayudaron al crecimiento formarán la conciencia del
niño y, desde este momento, podrá pensar. Por esta razón, es muy
importante no interrumpir la evolución física del niño aplicando estas
fuerzas del crecimiento al pensar.
Septenios del Cuerpo
· Segundo septenio, desde los 7 a los 14 años
Desde
los siete a los catorce años, se desarrolla el septenio del cuerpo
vital. Este nuevo nacimiento, invisible para nosotros, está señalado por
dos hechos fundamentales:
· se completa el proceso de cambio de dientes
· el sistema nervioso ya está conformado
A
partir de los siete años, el niño está más despierto al mundo, ya ha
desarrollado su capacidad de aprendizaje y, así, podrá iniciar su vida
escolar. Esto es posible porque las fuerzas formadoras del cuerpo vital o
cuerpo etérico se liberan de la tarea de configurar órganos y sistemas,
correspondientes al cuerpo físico, y se transforman en fuerzas de
pensamiento
El cuerpo vital es la
base del temperamento, razón por la cual el segundo septenio se
caracteriza, también, por la manifestación de los temperamentos. Son
cuatro los temperamentos, a saber:
· temperamento
melancólico, con preponderancia del cuerpo físico, se expresa en el
predominio de los órganos de los sentidos, tendiendo a los sabores
ácidos
· temperamento
flemático, con preponderancia del cuerpo etérico, se expresa en el
predominio del sistema glandular, tendiendo a los sabores salados
· temperamento
sanguíneo, con preponderancia del cuerpo astral, se expresa en el
predominio del sistema nervioso, tendiendo a los sabores dulces
· temperamento
colérico, con preponderancia del Yo, se expresa en el predominio del
sistema sanguíneo, tendiendo a los sabores amargos
El temperamento es
una cuestión de destino; es decir, el hombre, a lo largo de su
biografía, deberá trabajar su temperamento. Cada ser humano tiene, en su
interior, los cuatro temperamentos, predominando, en él, uno de ellos.
En el suceder de la vida y con el trabajo del Yo, debiera lograrse la
armonía de los cuatro temperamentos.
Durante
el desarrollo de este septenio, el niño tiene la posibilidad de
adquirir hábitos, no sólo los hábitos de comer, dormir, sino también
hábitos de conducta, como: no criticar, respetar a los otros, saber
perdonar. Por lo tanto, la labor de los educadores, no sólo la de los
maestros sino también la de los padres, adquiere fundamental
importancia.
Septenios del Cuerpo
· Tercer septenio, desde los 14 a los 21 años
A
los catorce años ha terminado la escolaridad primaria y se prepara para
ingresar en uno de los septenios más dramáticos que tendrá que vivir:
el tercer septenio, que transcurre entre los catorce y
los veintiún años.
A partir de los
catorce años, aparecen las formas corporales características y
determinantes de ambos sexos: la menstruación, en las niñas; la
aparición del vello; el cambio de voz, en los varones. Algunos hablan de
bisexualidad otros de asexualidad; se diría que los sexos se confunden,
estableciéndose amistades muy profundas e íntimas entres seres del
mismo sexo. Es una etapa durante la cual no hay una clara discriminación
sexual.
En el embrión, hasta los dos
meses de gestación, están los esbozos genitales del hombre y de la
mujer; luego, uno de los sexos se atrofia, desarrollándose el restante.
Por lo tanto, venimos de un mundo espiritual en el cual no hay
diferenciación sexual. Lo sexual aparece después, en el plano físico.
Las fuerzas espirituales son las que promueven el funcionamiento
glandular con la secreción hormonal, determinando que ese ser, que ha
encarnado, sea hombre o mujer. Por consiguiente, un ser humano, por el
hecho de ser mujer, segregará hormonas femeninas y su condición femenina
guarda una estrecha relación con las experiencias a desarrollar en su
vida terrenal. El código genético es el resultado del plan que se trae
del mundo espiritual, tiene relación con el Yo, con la individualidad, y
no con el cuerpo físico. Es el resultado del destino del ser.
Durante
este septenio tan difícil, se desarrolla el cuerpo astral o cuerpo de
sensaciones; es decir, el ser humano comienza a tener nuevos sentimiento
y sensaciones. Básicamente, comienza el aprendizaje para quererse o
para distinguirse a sí mismo. El joven se encuentra inmerso en un mar de
sensaciones y, así, frente al mundo, actuará según su gusto o disgusto;
es decir, aparecen las polaridades. El joven de esta edad vive el
deseo.
A partir de los veintiún años, esta situación se modifica porque nos acercamos al nacimiento del Yo.
Septenios del Alma
· Desde los 21 hasta los 42 años
A partir de los veintiún años, nos acercamos al nacimiento del Yo. Todo este proceso conduce a separar al joven de la madre.
A
través de las distintas etapas de la vida del niño, la madre lo siente
de diferente manera. La madre percibe al niño y ese estar percibiéndolo
es una conexión vital. A los siete años, cuando nace el cuerpo vital del
niño, la madre va desconectándose un poco del niño, proceso necesario
para su desarrollo y crecimiento. A los catorce años, surge el cuerpo
anímico del niño y, a partir de este momento, la madre percibe a su hijo
de una manera diferente; hasta puede dudar de si ese ser es
verdaderamente su hijo. Esta sensación se acrecienta al llegar a los
veintiún años, cuando la madre puede sentir que desconoce totalmente al
joven que tiene a su lado. Cuando la madre dice conocer mucho a su hijo;
en realidad, sólo conoce al embrión de ese ser, conoce los pasos
previos necesarios para que ese ser llegue a ser la individualidad que
ahora es con sus veintiún años. A partir de este momento, podremos
observar quién es en verdad la persona que comienza a manifestarse, un
personaje que la madre aún no conoce. Los padres, como constituyentes
del medio que rodea al niño, influyen pero no pueden conocer los
impulsos que recién aparecen a los veintiún años. Esto es lo nuevo para
cada uno de ellos.
Alrededor de los
veintiún años, muchos jóvenes sufren crisis violentas relativas a su
propia identidad. Muchos jóvenes sienten que deben liberarse de las
imágenes fuertes de su padre o su madre, para lo cual abandonan la casa
paterna.
En este septenio, la mayoría
de las personas inicia su carrera profesional, iniciando una etapa de
experimentación, una etapa en la cual se adquieren experiencias de vida.
Es una etapa de gran creatividad, de una gran satisfacción por vivir y
probar todo aquello que fue aprendido, especialmente, en la fase
anterior. El joven está ?abierto? hacia su entorno, sus capacidades
todavía son ilimitadas y, por lo tanto, todo es posible para él.
El
desafío que debe enfrentar el joven, en esta etapa de su vida, es
tratar de alcanzar el equilibrio interno, su seguridad interna,
independientemente del medio que lo rodea.
Estos
son los tres septenios centrales de la Biografía Humana, aquellos que
corresponden a la conformación del alma. Pueden ser descriptos como los
septenios de la vida anímica ya que, desde los veintiún años, el Yo se
hace presente plenamente en la vida de nuestras sensaciones. El alma es
nuestro mundo interno al cual sólo nosotros tenemos acceso.
Existen tres niveles en la conformación del alma que llamaremos:
· Alma sensible, se desarrolla entre los veintiún y los veintiocho años;
· Alma racional, se desarrolla entre los veintiocho y los treinta y cinco años;
· Alma consciente, se desarrolla entre los treinta y cinco y los cuarenta y dos años.
Durante
el septenio del alma sensible el ser humano comenzará a controlar su
vida anímica; es el momento del autodominio. Aquellos juicios
impregnados de simpatía o antipatía son tomados con mayor seguridad. El
Yo aún no se constituyó en el centro del alma, pero el individuo quiere
saber cómo son realmente las cosas, quiere aprender a conocer la vida y
el mundo. Busca con empeño una posición en la vida, afirmarse en su
trabajo o en su profesión, compartir sus días con alguien y, también,
formar una familia. El joven percibe en sí una gran creatividad y
satisfacción de vivir.
El septenio
del alma racional es el centro de la biografía y durante el cual el
pensar actúa de manera más intensa. Lentamente, el Yo se emancipa del
alma, ha disminuido la violencia de los deseos y de los impulsos. Por lo
general, el individuo se torna escéptico y le es muy difícil acceder a
un pensar que no sea científico ? racional. Modifica su relación con los
otros, ya que terminada la juventud la vida se torna más seria.
Durante
el septenio del alma consciente se desarrolla la autoconfianza, lo cual
demanda un trabajo de la voluntad. Con este septenio culmina el proceso
de maduración del alma humana. A partir de este momento, el individuo
siente la exigencia de ser él mismo; no es ya el simple hecho de hacer y
lograr lo correcto sino de hacer y lograr aquello que tenga valor.
En
el plano físico suele producirse una disminución de la vitalidad y de
la capacidad de trabajo; inconvenientes que pueden superarse con el
aumento de la autoexigencia, lo cual tendrá un costo en el futuro. Es
una etapa en la cual aparece frecuentemente la sensación de vacío; vacío
que predispone al encuentro consigo mismo. Es un período de aceptación
de sí mismo y de los otros, constituyendo un verdadero ejercicio para
lograr la autoconfianza.
Septenios del Espíritu
· Séptimo septenio, desde los 42 años a los 49 años
Este
septenio, regido por Marte, es el septenio de la acción. Hemos llegao a
los 42 años; comienza el desarrollo del espíritu. El hombre y la mujer
se convierten en principiantes o aprendices, comenzando a recorrer el
largo camino del despertar espiritual.
Esta
etapa de la vida se caracteriza por la transformación consciente
del Cuerpo Astral y no meramente por el hecho de ?haber durado? una
cantidad de años a partir del nacimiento físico.
Hay
una gran diferencia entre el esfuerzo consciente individual que cada
ser humano realiza, en un lapso aproximado de siete años, en beneficio
de la transformación de uno de sus miembros esencialres, y la suposición
de que cada siete años ocurren o “deben ocurrir” determinados fenómenos
en la vida de un individuo.
Si el
hombre o la mujer, que se aproximan a esta etapa clave para el
desarrollo de sus potencialidades espirituales, no hacen esta
transformación sufrirán una gran falencia.
Nos
encontramos con que el individuo debe reconocer el comienzo de la
declinación físico-biológica, lo cual se puede presentar de distintas
maneras:
· Mayor desgaste físico.
· Aumento del cansancio frente a los mismos esfuerzos.
· Aumento de peso, ya que no es posible controlarlo como ocurría con anterioridad.
· Posibilidad de una incipiente caída del cabello.
· Notoria disminución de la visión.
· Péridida de la memoria.
· Decaimiento de las fuerzas vitales.
· Desequilibrios hormonales.
· Tendencia a la sequedad de la piel; por lo tanto, aparecen las arrugas;
· Un
elemento infaltable en este período es la sensaión de vacío que
acompaña a todas estas manifestaciones físicas y anímicas. Este vacío,
que puede ser vivido como soledad, trata de compensarse con
gratificaciones buscadas en el mundo exterior (viajes, cambio de
automóvil, de casa y, con frecuencia, cambio de pareja).
No
obstante el esfuerzo desmedido para sobreponerse a la disminución de
las fuerzas vitales, detrás de este proceso de negación siempre está
latente la posibilidad de la depresión / cáncer o de la
hiperexcitabilidad / infarto, supeditada al destino individual de la
persona. Y así, una concepción puramente materialista de la vida tornará
al hombre o a la mujer en esclavos de la casualidad, el azar, la buena o
la mala suerte. Sin embargo, cualquiera sea el concepto de vida que se
tenga, a partir del séptimo septenio el mundo espiritual comenzará a
llamar a la puerta y cada vez lo hará con más fuerza.
Lo
descripto hasta aquí, corresponde a costumbres habituales y generales
observadas en nuestra sociedad; una sociedad que lucha matenalmente por
sobrevivir, muy enejenada de sí misma como para poder percibir el
llamado del espíritu. Pero afortunadamente hay, cada vez más, individuos
cuyo Ser interior puede escuchar ese llamado.
El
desarrollo social estará directamente relacionado con la elección del
camino a seguir: la actitud podrá orientarse hacia fines realmente
altruistas o podrá cae en la tentación del uso y del abuso del poder.
En
los tres Septenios del Espíritu -séptimo, octavo y noveno- las tareas y
las metas deberán estar comprendidas dentro de una cosmovisión total.
Ahora, se generarán la humildad,
la aceptación y el amor. Las realizaciones deben ser patrimonio del
espíritu y no meramente de la materia. El trabajo individual se halla en
el mundo físico, no podría ser de otro modo ya que somos cuerpos
físicos; pero la esenciadel acto de trabajar pertenece a un orden de
leyes no materiales. En este septenio es imprescindible armonizarse con
las leyes cósmicas.
En este primer
septenio de desarrollo espiritual, el alma se pone al servicio
del espíritu. El alma es lo que nos conecta la mundo físico para que el
espíritu pueda expresarse. A su vez, el espíritu, para poder utilizar el
cuerpo necesita necesita sentir y transformar ese cuerpo (el alma) que
representa su conexión con el plano físico. Este constituirá el trabajo
interior del septenio: la transformación del Cuerpo Astral; es decir,
nuestro cuerpo de sensaciones, para permitir el advenimiento del Yo
espiritual, el más elevado de nuestros cuerpos suprasensibles.
Septenios del Espíritu
· Octavo septenio, desde los 49 años a los 56 años
En
plena crisis de los 50, el hombre y la mujer se acercan a los umbrales
de un nuevo proceso. Se trata de un fenómeno sociocultural y familiar
muy fuerte que determina, drásticamente, la transferencia a otro grupo
social: el de la tercera edad, la edad madura o, peor aún, el de la
vejez.
En la mujer, el hecho
biológico dominante está dado por el cese de su período menstrual o
menopausia. Por supuesto, este proceso será vivenciado individualmente
de manera muy diferente según sea su preparación interior y su
disposición anímico-espiritual. En el caso del hombre, un fenómeno
biológico parecido se produce merced a los problemas de la próstata,
aunque éstos no son inexorables en su aparición ni poseen igual
jerarquía sociocultural que la menopausia.
En
la actualidad, se han desarrollado una serie de investigaciones sobre
estos temas. Desafortunadamente, gran parte de las conclusiones a las
que éstas arribaron desemboca en alguna sustancia química que, al
emplearla en el organismo humano, reproduce los efectos producidos por
la hormona o el neurotransmisor que ha comenzado a declinar
naturalmente. Sin embargo, estas ?soluciones parciales para sentirse
mejor? y no brindan ninguna respuesta valedera a los interrogantes
básicos del hombre y de la mujer de esta edad.
El
problema del climaterio masculino y femenino no se resuelve en plano
químico-biológico, aún cuando algunas modificaciones, en este sentido,
otorguen un alivio pasajero a determinados síntomas. Tampoco es una
cuestión estrictamente psicológica. Quiere decir, entonces, que se han
dado respuestas al cuerpo físico en el terreno de la bioquímica; se ha
dado respuesta a una parte del alma en el ámbito de la psicoterapia;
pero no hay respuestas para el espíritu en el plano trascendente. Y éste
es un trabajo individual, de perseverancia y de elevación de la propia
conciencia.
He aquí, precisamente, lo
que se abre para el ser humano tras esta nueva crisis: la época central
de los tres Septenios del Espíritu. Lo que antes era una insinuación,
en este octavo septenio, es una norma. Aquella vaga necesidad de
una respuesta espiritual que empezó a ceñir el alma después de los 40,
se transforma ahora en una presión constante sobre nuestras actividades
cotidianas. Es el reflejo del segundo septenio (7 a 14 años), cuando se
consolidaba el incipiente cuerpo etéreo individual. Así como a los 7
años se producía el nacimiento del cuerpo etéreo del hombre, ahora es
necesario prepararse para transformar ese cuerpo etéreo. Sobre la base
de aquella estructura, hemos administrado vitalidad al cuerpo físico y
hemos adquirido poco a poco los hábitos y las costumbres. Aquí debemos
recordar que es mucho más difícil cambiar un hábito o una costumbre
-ámbito del cuerpo etéreo- que modificar una cualidad anímica -ámbito
del cuerpo astral-. Es más sencillo revertir una tendencia egoísta
-cuerpo astral- que el hábito de la crítica -cuerpo etéreo-.
En
este octavo septenio se produce la culminación de la reflexión y
del pensar, que ya no están exigidos por la acción como en el período de
42 a 49 años.
Además este es el
septenio del desarrollo moral; una verdadera transformación del cuerpo
etéreo trae aparejada una profundización de lo moral. La moral no se
fundamenta en sermones, ya que si esto fuera posible no habría
inmoralidad sobre la Tierra. Dice Rudolf Steiner: “Saber lo que hay que
hacer, lo que es moralmente correcto, es lo que menos importancia tiene
en la cuestión moral; lo importante es que existan dentro de nosotros
impulsos que, en virtud de su poder interior, de su fuerza interna, se
conviertan en actos morales, es decir se proyecten al mundo exterior
como realidad moral.”
En estos tres
últimos septenios, se hace cada vez más evidente la dualidad del ser
humano. Puede manifestarse un hombre con predominio de apetencias y
necesidades solamente materiales: es el hombre que “duerme” o que,
simplemente, “existe” y para quien la vida es una caja de sorpresas, de
casualidades ilimitadas, un continuo esquivar de obstáculos o un
aprovechar la ausencia de ellos, sin que despierte en él la conciencia
del aprendizaje que la vida ofrece. Pero también puede emerger el otro
hombre: aquel en el que germinaron las semillas sembradas durante el
septenio anterior cuando era un principiante en el camino espiritual y
ese proceso lo conduce ahora al despertar de su maestro interior.
En
esta pugna es fundamental el trabajo de autoconocimiento desarrollado
por cada uno. Ahora ya no importa lo que el hombre quiera realizar sino
lo que los otros necesitan de él. La creatividad se expande con una
cosmovisión de la Totalidad. Una nueva filosofía de vida se puede
instalar y, también, puede aparecer una nueva concepción del mundo.
En
este septenio hay dos temas centrales: el despertar del maestro
interior y la enseñanza; ambos indisolublemente ligados por su esencia.
Ese maestro que ha despertado es el arquetipo de lo humano. Maestro es
el que puede cambiar a los otros. Su despertar en nosotros hace verdad
la promesa tácita de reunificación, de reencuentro con nosotros mismos.
Este maestro ya no es el guía sino que es el consejero que da
instrucciones para lograr la disciplina interior, a la vez que procura
un decidido desarrollo del pensar. Y la consecuencia directa de este
despertar permite la posibilidad del enseñar como ideal y de aconsejar
con amor.
Septenios del Espíritu
· Noveno septenio, desde los 56 a los 63 años
Estamos
ahora en el umbral de una nueva crisis muy especial dado el grado de
conciencia que puede alcanzar el hombre a esta edad. La crisis puede
manifestarse en el ámbito de lo humano y de lo espiritual. En el primer
caso, la crisis se puede producir como corolario de una vida poblada de
desaciertos o equivocaciones que no han podido ser reparadas. El ámbito
de esta manifestación es el referido a los vínculos; es decir, la
sociedad toda en la que se desarrolla cada biografía. Sobrellevar estas
situaciones conflictivas suele demandar grandes esfuerzos y, si no se
resuelven, una incipiente depresión puede ser la consecuencia.
La
crisis espiritual se produce por una apertura de conciencia, por un
despertar del espíritu que llamamos fase mística de la evolución: el
individuo siente un llamado imperativo de ciertos impulsos espirituales
que no logra concatenar con la vida llevada hasta es presente. Estos
impulsos pueden obedecer a ideales tales como la verdad, la fraternidad,
la justicia o la libertad.
A medida
que el ser huamno se acerca a las últimas etapas de cada experiencia de
vida, las crisis anímicas debieran ser de menor envergadura mientras
crecen en importancia las experiencias vinculadas al mundo trascendente o
espiritual. Tarea nada fácil y que supone un sabio desapego del mundo
exterior y una marcada inmersión en el mundo interior.
El noveno
septenio es el indicado para realizar una síntesis de todo lo vivido;
también, es propicio para hacer una síntesis de toda la biografía y
aprehender con claridad las tres funciones anímicas: sentir,
pensar y actuar.
La comprensión puede
llegar a través de un trabajo consciente o inconsciente. La comprensión
inconsciente se puede lograr a través de la propia experiencia vivida y
suele ser la más habitual. La comprensiónconsciente, en cambio, exige
de la persona una participación activa, una observación atenta del mundo
y de sí mismo y una concepción integral del hombre.
En este noveno septenio es importante que el hombre aprenda a tomar clara conciencia de estas actividades esenciales del alma.
El pensamiento sirve
para captar los conceptos y relacionarlos. Es una actividad subjetiva
que tiene por objeto una realidad objetiva. El propio pensar es una
actividad espiritual por excelencia por la que el hombre participa de
una realidad inmaterial: el mundo de los conceptos. El hombre los capta,
no los produce. Cuando se llega a ciertos niveles de interiorización
nos damos cuenta de la poca importancia que tiene la necesidad de
refutar a nuestro interlocutor con el mezquino deseo de afirmar nuestra
personalidad.
Y así como tratamos de
penetrar el mundo espiritual de los conceptos a través del pensar, así
debemos conocer qué es el sentir en nosotros. En esta etapa tenemos que
tener muy clara la diferencia entre lo que pensamos y lo que sentimos;
debemos descubrir cuándo un deseo latente impulsa la construcción de un
juicio para justificarlo. A esta edad, tanto los deseos como las
pasiones, deben ser metamorfoseadas en sentimientos nobles y elevados.
Lo mezquino deberá ser desplazado por sentimientos altruístas (alter =
otro). En este septenio es muy importante la luz que emana de un ideal,
como la verdad o la libertad, para que el ser humano sea guiado y logre
desarrollar a pleno las grandes metas humanas que viven impresas en su
espíritu.
Si el hombre tiene clara
conciencia del pensar y del sentir, le resultará más sencillo cómo
debe actuar, cómo debe ser usada su voluntad, en este tramo de la
biografía signado especialmente por la realización.
Pero,
¿qué es la voluntad? Es una fuerza que anida en las profundidades
inconscientes del alma. Es la fuerza de la acción, es el acto volitivo.
Podemos
identificar a la voluntad a medida que se expresa en los miembros
esenciales del ser humano. Su primera expresión la
denominamos instinto y opera en el ámbito del Cuerpo Físico haciéndose
cargo de los impulsos vitales (crecimiento, alimentación y reproducción)
y, así, fue caracterizada en el primer septenio. Cuando esta fuerza es
penetrada por el Cuerpo Etérico, se convierte en apetito o impulso. La
acción repetida del impulso genera el hábito. En el segundo septenio, es
cuando su acción se manifiesta con claridad; pero es, en el tercer
septenio, cuando se hace consciente al establecer contacto con el Cuerpo
Astraltransformándose en deseo.
Cuando
esta fuerza de lo volitivo entra en el dominio del Yo, se transforma
en motivo, ocupando los tres septenios centrales, los septenios del
alma. Y, aquí, se establece una clara diferncia con lo animal: tanto el
hombre como el animal pueden tener deseos, pero sólo el hombre puede
tener motivos. De ahí en más, en los septenios del espíritu,
la voluntad adquiere connotaciones elevadas de acuerdo con el nivel que
alcance cada uno de los gérmenes superiores del Yo:
· Aspiración, en el nivel del Yo Espiritual (séptimo septenio)
· Propósito, en el nivel del Espíritu Vital (octavo septenio)
· Resolución, en el nivel del Hombre Espíritu (noveno septenio)
Como
corolario de la conciencia de las funciones anímicas a desarrollar, en
este septenio, repetimos que la comprensión del pensar, del sentir y
del actuar, puede ser fruto de un trabajo inconsciente o consciente.
Hacer el trabajo plenamente consciente nos impulsará de lleno a penetrar
el conocimiento de los mundo superiores.
Este
septenio está regido por Saturno; lo dominante es la resolución que se
expresa a través de la realización. La realización es la fuerza para que
el Yo pueda hacer lo que el espíritu quiere en mí; es la realización
del acto, la posibilidad de realizar por sí mismo.
La forma
física, que surgía en el primer septenio, es vivida
ahora espiritualmente. Las que antes eran fuerzas creadoras, ahora se
transforman en fuerzas de la conciencia. Ya hemos dicho que, detrás del
aspecto físico visible, conformado por la sustancia, se entretejen las
fuerzas espirituales propias de la materia integradas en el Cuerpo
Etéreo, en el Cuerpo Astral y en la organización del Yo. Y, así, el
cuerpo físico se transforma en un verdadero recéptaculo de fuerzas
espirituales. Por supuesto que la percepción de esta metamorfosis de
fuerzas dependerá del desarrollo espiritual alcazado por cada persona.
La
presenilidad, posible en este septenio, puede acompañarse con problemas
de salud, físicos o psíquicos. Si estos se hacen presentes y el
individuo no ha hecho un trabajo de apertura espiritual, es muy fácil
que toda su atención se centre en sí mismo, tornándose egoísta,
perdiéndose para sí y para el mundo. Este tipo de situaciones inhiben
las posibilidades de percepción espiritual y el hombre se encamina hacia
un verdadero proceso de deterioro y esclerosis psicofísica.
La
vivencia de la muerte es muy clara, lo cual lleva a una nueva crisis.
Aparece otra depresión: la de la vejez. Una adecuada transformación de
la fuerzas físicas en fuerzas de la conciencia es una buena prevención
para este tipo de depresiones.
En
este noveno septenio, se establece una conexión con el primero; hay una
iluminación de la vida infantil y una reconciliación con todas sus
manifestaciones. Si el hombre o la mujer del noveno septenio no fueron
buenos padres o madres, pueden descubrir ahora, como abuelos o abuelas,
las delicias de esta etapa de la vida.
Los septenios y sus transformaciones
Los
tres primeros septenios (septenios del cuerpo), desde el nacimiento
hasta los veintiún años, se reflejarán en los tres septenios de la
madurez. Este será un reflejo consciente; es decir, aquí comienza a
actuar la conciencia que la persona pone en marcha para que se produzcan
determinados cambios en ella.
Así como a los catorce años comienza la menstruación, a los cuarenta y nueve años comienza la menopausia.
Así
como a los catorce años, anímicamente, el joven compite, el varón y la
mujer se diferencian y los grupos que forman se destruyen entre sí; a
partir de los cuarenta y dos años, las personas tienen, en general, otra
manera de relacionarse, tienden a formar comunidades y trabajar con
ideales comunes.
Así como a los
catorce años, comienza la vida sexual; a los cuarenta y dos años, puede
empezar a caducar el interés por la sexualidad, a caducar con un sentido
de transformación.
A los catorce
años, todo lo relacionado con el cuerpo tiene enorme importancia,
mientras que, a partir de los cuarenta y dos años, este interés se
transforma en algo que podemos llamar espiritual y comienza a plantearse
el tema de la muerte.
A partir de
los cuarenta y dos años, aparecen crisis que pueden ser físico –
anímicas. Una crisis física consiste en sentir que el cuerpo físico ya
no responde como antes y, en este caso, la persona puede reaccionar de
dos maneras:
· luchando contra esta situación, pudiendo matarse en el esfuerzo.
· aceptando
lo que le ocurre y, así, adoptar una nueva actitud frente a la vida. En
este caso,
surgirán las necesidades espirituales.
El septenio de los cuarenta y nueve a los cincuenta y seis años tiene como espejo el septenio de los siete a los catorce años.
Así
como a los siete años el niño comienza su escolaridad; a partir de los
cuarenta y nueve años el ser humano necesita enseñar, se transforma en
maestro. Esta es una necesidad vital; el ser humano necesita ser
escuchado, necesita transmitir algo, en suma, necesita dar.
Así
como entre los siete y los catorce años empiezan los hábitos; entre los
cuarenta y nueve y los cincuenta y seis años será muy importante
trabajar sobre los hábitos adquiridos, ya que, en este septenio, se
desarrolla una fuerza que nos permite cambiar nuestros hábitos.
En
el último septenio, entre los cincuenta y seis y los sesenta y tres
años, se producen alteraciones sobre todo en lo que respecta a la
memoria. Es muy común que las personas de esta edad olviden hechos
recientes; sin embargo, están revitalizando hechos que ocurrieron entre
el nacimiento y los siete años, hechos que se recuerdan con gran
claridad.
A partir de los cuarenta y
dos años y a lo largo de los septenios que siguen es muy importante
recuperar las vivencias infantiles, no sólo recuperarlas sino
revitalizarlas y transformarlas. Una característica de la niñez es el
asombro, así como también el egoísmo. Por lo tanto, en esta etapa de
nuestras vidas es ideal percibir la necesidad del otro, desarrollar
nuestra capacidad para escucharlo y, de este modo, lograr el asombro.
Precisamente, gracias a estas vivencias el mundo se desplegará ante
nosotros y podremos transformar el egoísmo infantil en la capacidad para
reconocer al otro.
A partir de los cuarenta y dos años es fundamental comenzar un trabajo constante con el desapego
y con el perdón. El desapego cobrará una importancia cada vez mayor a
medida que pasan los años ya que con el paso del tiempo la persona tiene
menos necesidades materiales. El desapego constituye una muy buena
señal en el camino de la evolución personal.
El trabajo con el perdón es mucho más difícil y requiere una preparación espiritual.
Trabajo espiritual para los Septenios del Espíritu
Existen
cinco cualidades que se manifiestan en una evolución sana de un proceso
biográfico de madurez, ancianidad y muerte. Estas
son: unicidad, desapego, amor al prójimo, agradecimiento y perdón.
La sensación
de unicidad ocupa el centro del alma del hombre y de allí se desprenden
las otras cuatro características. La idea de que la unicidad ocupa el
centro del alma ha surgido al observar que, cuando la persona llega a
experimentarla, las otras cualidades pueden ser alcanzadas sin
dificultad. Ocupar el centro significa que la persona se siente ubicada
allí reiteradamente y hace de esto un aspecto central de su vida.
Al
hablar de la sensación de unicidad nos referimos a esa especial
sensación de unidad con el Todo. Pero, ¿qué es el Todo? En realidad, no
hay conceptos que puedan definirlo, ya que en el caso de lograrlo, lo
definido dejaría de serlo; simplemente, el Todo Es.
Las
personas, que han hecho abandono de su cuerpo físico en una situación
de extremo riesgo, como un accidente o una operación quirúrgica,
describen lasensación de unicidad como la sensación de no poseer un
cuerpo y, a la vez, de sentirse parte del Universo. El cuerpo es el
Cosmos mismo y la sensación de unicidad se manifiesta con la esencia de
las cosas y no con las cosas en sí. Las cosas del mundo físico se
vivencian como una consolidación material de aquella esencia. Sin
embargo, no es una fusión cósmica con pérdida de conciencia; siempre
existe la conciencia de sí mismo participando y gozando de esta
experiencia inédita.
Cuando la
experiencia cesa y se retorna al cuerpo, por lo general, se duda de lo
vivido, ya que el imperio de los sentidos y nuestro condicionamiento
cultural no dejan resquicios para experiencias suprasensibles. Pero lo
más valioso de estas experiencias es el cambio de vida de quienes las
han vivido y su necesidad de conocimiento acerca de los mundos
espirituales.
Existe otra forma de
acercarse a esta sensación de unicidad y es la que verdaderamente
interesa en todo proceso biográfico. No se manifiesta bruscamente y no
posee ni la fuerza ni la intensidad de las experiencias relatadas por
las personas que atravesaron por dichas situaciones de extremo riesgo.
Es un proceso que se instala lentamente, a partir de la cuarta década de
la vida, debiendo ser cultivado cuidadosamente. En este caso, si la
persona abre sus sentidos a esta nueva sensación de unicidad,
decidiéndose a profundizarla conscientemente, se habrá iniciado el
verdadero camino del principiante que aspira a la fraternidad y unidad
en el camino espiritual. Para este proceso son de gran ayuda
la meditación diaria y la observación constante de sí mismo. De esta
manera, es posible romper con la esclavitud de la conciencia de vigilia y
apreciar la causalidad.
Al tomar
conciencia de esta causalidad, que obra en nuestra existencia, nos
preparamos para abordar el concepto de karma. Sólo así, la vida
adquiere sentido como escuela y cada tropiezo será bienvenido por el
mensaje que encierra. Todo hecho deberá relacionarse con la causalidad y
el orden universal y, así, la persona logrará instalarse, poco a poco,
en la sensación de unicidad emergente. Más aún, todo conocimiento
adquirido debe apuntar a la unión con el Todo y aquel conocimiento
antiguo deberá ser reformulado en relación con la Totalidad.
Cuando
este estado de unicidad ocupa el centro del alma se percibe una
agradable sensación de paz y un germinar de sentimientos serenos de amor
y fraternidad universal.
Estas sensaciones de unidad y de paz interior suelen despertar el desapego. ¿Qué es el desapego?
· Es un cambio de valores.
· Es la transformación de valores materiales en valores espirituales.
· Es un valor que está en el centro, equidistando entre la posesión y la indiferencia.
El
verdadero despego produce una sensación de paz y esta misma sensación
lo incentiva. La actitud de desapego estimula en la persona la alegría
de descubrir que necesita cada vez menos para estar cada vez
mejor. Desapegarse no significa no tener, significa no depender de lo
que se tiene. Los valores materiales susceptibles de ser trabajados
internamente como actitud de desapego abarcan todos los sbjetos físicos
que nos rodean, desde los más insignificantes hasta los más grandes.
Mucho
más difíciles de ser abandonados son los valores anímicos, porque son
más sutiles y están menos expuestos al campo iluminado de nuestra
conciencia; por ejemplo, los roles que ejercemos diariamente, el
prestigio alcanzado o el manejo del poder.
Las
razones espirituales del desapego son casi obvias: la conciencia
superior sabe de lo efímero de la existencia física; basta elevarse a
otro nivel de conciencia para que el desapego del mundo físico se
constituya en un hecho lógico y necesario. Desde el punto de vista de la
conciencia de vigilia u objetiva, hay un solo acontecimiento en la vida
que no resiste la menor objeción por parte de la razón, esto es la
muerte del cuerpo físico. Es muy comprensible, entonces, que a partir de
la segunda mitad de la vida esta tremenda verdad humana cobre fuerza
inconscientemente en el alma.
Todo desapego del
mundo de los sentidos, antes de enfrentar la muerte física, facilitará
enormemente el tránsito hacia el otro plano de conciencia y permitirá,
en futuras encarnaciones, disfrutar serenamente del proceso tan temido.
La sensación de unicidad y la actitud de desapego confluyen en un sentimiento muy elevado el amor al prójimo.
“Amarás
al Señor, tu Señor, y al prójimo como a ti mismo” encierra una verdad
oculta: el re-conocimiento de la Divinidad en el otro así como en
nosotros mismos. Reconocer a Dios en el otro y en nosotros sólo es
posible merced a una profunda devoción y reverencia que despierta en el
hombre la emanación divina que vive en su Espíritu.
El amor
al prójimo se cultiva y crece. Es un largo camino que parte del egoísmo
para llegar al altruísmo, al otro. Desde un punto de vista es un
proceso que, por un lado, recibe aportes de la unicidad y
del desapego y, por otro lado, del agradecimiento y del perdón. Es una
sensación que se instala en nuestro Ser y se manifiesta como
sensibilidad ante la necesidad ajena. Cuando esta sensibilidad se
expande en el alma, se expresa en el mundo como acto de generosidad.
La sensación de amor al prójimo siempre despierta un sentimiento de sana alegría, un verdadero bálsamo anímico-espiritual.
¿Y qué podemos decir del agradecimiento y del perdón?
El agradecimiento es
una sensación muy poco cultivada en el alma humana.
El agradecimiento nace de los hechos más insignificantes, como respirar,
caminar conscientemente, oir el canto de un pájaro, presenciar una
puesta de sol, recostarse sobre el tronco de un árbol o acariciar a un
animalito. Todo esto despierta un sentimiento de amor y fraternidad
universal que incentiva el amor al prójimo, pudiendo trascenderse lo
humano para llegar a lo divino.
El perdón provoca
una sensación de benevolencia. Si analizamos el vocablo en detalle nos
encontramos que la palabra perdón se compone de una preposición
inseparable: per, que rrefuerza su significado y de un verbo que tiene
una profunda sognificación en sí mismo como acción de desprendimiento y
entrega, donar. Sin embargo, en el mismo vocablo permanece en silencio
otro significado el de don. El sentido de la donación es el de la dádiva
u ofrenda, como así también es una cualidad del ser huamno. Por lo
tanto, el perdón es una verdadera cualidad del hombre que le permite
desprenderse tanto de objetos materiales como del orgullo
personal; desapego, para ofrecer una dádiva; amor al prójimo, que
estimula en el espíritu la sensación de agradecimiento que lo une con el
Todo, unicidad.
Aquí hablamos
del perdón como una actitud del alma en relación con el mundo; una
actitud libre que, en cada momento, podemos elegir asumir o rechazar. La
actitud interior de perdonar encierra un doble aspecto: anímico y
espiritual. En el aspecto anímico produce un alivio y una liberación, es
un desprenderse de algo que a su vez nos mantenía atrapados y
esclavizados. Nos desprendemos de sentimientos tales como odio,
humillación, dolor.
En el aspecto
espiritual, el trabajo consciente del perdón nos abre las puertas del
aprendizaje, nos torna flexibles y compresivos con respecto a la
naturaleza humana. Es un excelente instrumento para cincelar aspectos
oscuros del alma y nos abre el camino a la indulgencia y la compasión.
La compasión se apoya en la humildad y es el profundo sentimiento de
amor cristiano hacia el semejante, sin guardar relación con el
sentimiento de lástima.
Saber que el
otro es nuestro espejo, que los mismos errores que hoy criticamos fueron
nuestras equivocaciones ayer, que en nuestro corazón y en el de
nuestros semejantes brilla la misma luz, es suficiente para que se
agigante el sentimiento de unicidad y amor al prójimo. Por estos
motivos, los tres septenios de Espíritu constituyen, en cada
encarnación, la oportunidad de que el Yo evolucione un poco más para
acercarse a sus verdaderas metas espirituales.
Por
lo tanto, el perdón es una verdadera cualidad del hombre que le permite
desprenderse tanto de objetos materiales como del orgullo personal;
desapego, para ofrecer una dádiva;amor al prójimo, que estimula en el
espíritu la sensación de agradecimiento que lo une con el Todo,
unicidad.
La Vida continúa: ¿ancianidad o vejez?
A
partir del noveno septenio (63 años en adelante) comienza una etapa
signada por una nueva polaridad: el predominio de las tribulaciones
físicas y anímicas donde “todo duele o molesta” o la aparición del sol
de la sabiduría donde el agradecimiento a la Vida preside todos nuestros
actos.
Es una etapa difícil, pero no
imposible, para introducir cambios sustanciales en la propia vida. La
muerte del cuerpo físico constituye un hito cercano; se puede optar
entre la añoranza de la lozanía perdida ( himno a la decreptitud) o
expandir la conciencia más allá del destino final de dicho cuerpo (himno
al Amor). De nosotros depende seguir el camino de la ancianidad o
la vejez.
El diccionario de la Real
Academia presenta a los dos conceptos (ancianidad y vejez) como
sinónimos, pero ofrece algunos ejemplos sutiles que llevan a la
reflexión.
Lo obvio es, en este caso, también significativo: Anciano (letra A) figura al comienzo y Viejo (letra V) al final.
La
palabra “anciano” deriva de “ante”, y ya se utilizaba a mediados del
siglo XIII; otros sinónimos que aparecen son “patriarca” y “abuelo”, los
cuales transmiten en sí mismos una sensación de ancianidad sabia y
respetable.
Por su parte, la palabra
“viejo” ostenta también algunos sinónimos tales como “deslucido” y
“estropeado por el uso”, que hacen innecesario agregar comentario
alguno. Etimológicamente deriva del vocablo “vetus”, y su evolución fue
la siguiente:
En el siglo XVII, veterano
En
el siglo XIX, veterinario (El significado tenía relación con las
“bestias de carga”, es decir, animales viejos, impropios para montar y
que necesitan de un veterinario más que los demás).
En el siglo XIX, vetusto (muy viejo)
De
tal modo, si aplicamos estas reflexiones a la biografía, debe hacerse
una diferenciación sustancial cuando un ser humano deviene viejo ó
anciano.
Vamos a desarrollar los dos estados arquetípicos: ancianidad y vejez.
Observando el siguiente cuadro, surge con claridad la diferencia radical entre ambos arquetipos.
En cuanto a la vejez:
· Golpea con fuerza la conciencia de la madurez de quien la observa.
·
La decrepitud, el deterioro de la forma y la desconexión con la
realidad circundante se presentan ante nosotros como una pésima
caricatura de lo que fue.
· El automatismo semiconsciente, el malhumor y un monótono parloteo estimulan la necesidad de ignorar la presencia del “viejo”.
· La debilidad del que grita y golpea se hace realidad ante nosotros.
· El viejo vive sumido en el egoísmo y la desconfianza.
· Tiene muchos miedos, le teme a la muerte.
· No existe la propia responsabilidad, la culpa siempre es ajena.
· Celebra su cumpleaños, o sea la cantidad de años vividos, y no sabe porqué.
· Vegeta, vive biológicamente.
· El destino es un geriátrico, al que le teme.
· La esclerosis de los órganos de los sentidos lo aísla cada vez más del mundo.
· Vive preso del cuerpo y de la vida.
· El espíritu se ha desconectado del cuerpo físico.
– Es su MUERTE.
En cuanto a la ancianidad:
· La imagen del anciano está unida a la sabiduría y el respeto; dos altos valores que hablan de la dignidad humana.
·
La sensación de transitoriedad que deja traslucir ahora su vida, le
brinda algo positivo: una conciencia cada vez más clara de lo que le
pasa, de lo que es eterno. Sabiduría es aquello que surge cuando lo
absoluto y lo eterno se manifiestan en la conciencia finita y
transitoria arrojando luz sobre la vida.
· Su fortaleza interior le permite callar y escuchar. El anciano aprendió a escuchar y sabe cuándo debe callar.
· Cuando habla, su discurso siempre denota una cosmovisión del mundo.
· La reflexión, la prudencia y la oportunidad son sus características.
· Sabe perdonar y agradecer.
· Asume la responsabilidad de sus propios actos.
· Aprendió a confiar, y no teme que lo engañen.
· No tiene miedos.
· No le teme a la muerte, la aguarda.
· Acepta su destino y no tiene exigencias; podría vivir en un geriátrico pero nadie quiere privarse de su compañía.
· Su cuerpo envejece armónicamente, la esclerosis del cuerpo físico es soportada con nobleza; eso le otorga lozanía.
·
Celebra el día de su aniversario (birthday) recordando el momento y la
época en que llegó al mundo. Celebra la cualidad que posee dicha fecha
en relación con su existencia.
· El espíritu sigue expresándose a través de ese cuerpo físico que envejece, expandiendo la luminosidad del Ser.
· Vive en sí mismo la libertad plena de su alma y de su espíritu.
· Es su RENACIMIENTO.
Características generales
Hemos
hablado de la polaridad arquetípica ancianidad- vejez; sabemos que,
como en toda división de lo humano en categorías, nadie se encuentra
totalmente involucrado en una sola de tales polaridades. Es raro que la
realidad individual sea blanca ó negra; en general, es gris claro ó gris
oscuro. El proceso siempre es gris y se puede dirigir hacia la luz o
hacia la oscuridad.
Por otra parte,
lo expuesto, más que una descripción de lo existente es un alerta para
quienes nos acercamos a esas etapas. Es ésta una semblanza espiritual de
la vida después de los 63 años.
Por
entonces deben existir objetivos de vida. El hombre o la mujer de esta
edad puede observar que tiene por delante una gracia divina y esto
estimulará su reconocimiento y veneración; no porque la vida sea tan
bella sino porque puede estructurarla y analizar la existencia pasada
evaluando así los distintos aspectos de la misma.
Extracto del libro La Tierra como Escuela
Dr ROBERTO CROTTOGINIhttp://antroposofiarobertocrottogini.blogspot.com
www.proyectohermes.com
mail: info@proyectohermes.com
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