Ámate, ámate
mucho… Solo así crecerás y solo así podrás amar a la vida, a la Creación, a los
demás. Como dijo Cristo Jesús y recoge el Evangelio
de Mateo (22, 39): “Ama a tu prójimo como a ti mismo”… ¡Como a ti mismo! De
modo que si te amas mucho, amarás mucho al prójimo; y se te amas poco, lo
amarás poco y tu teórico amor hacia él será puro voluntarismo, una ficción
mental, un esfuerzo estéril del ego… Ámate hasta que, de forma natural, brote
en ti y de ti el Amor que eres y todo es. Ámate hasta conocerte y reconocerte
en tu radicalidad y en tu esencialidad, hasta endiosarte, hasta transformarte
en Dios, hasta vivenciar la experiencia en la que Dios es yo y yo soy Dios
porque he cesado de ser “yo”. Por eso en este amarte no hay egoísmo posible,
porque ya no hay ego… Ámate y, a partir de ahí, haz lo que te dé la gana; o
mejor todavía, no hagas nada. Solamente vive: Vivir Viviendo. Y no quieras
intelectualizarlo, porque con la mente jamás podrás entenderlo.
Amarte
significa encontrar más allá del coche –más allá de la mente, el lenguaje y el
tiempo– el conductor que eres: hallar en ti eso que existe en la Uni-cidad y
vive ajeno a cualquier división, separación o dualidad; eso que es consciencia
pura y consciencia pura irradia infinita e imperecederamente; eso que es
energía vital, tu naturaleza primigenia y eterna; eso que nunca nació, que
nunca morirá, que no tiene principio ni fin, que carece de causa... ¡Y ya está!
En cuanto lo percibas, aunque solo sea su destello, ya no necesitas hacer nada.
Te atraerá a su seno con dulzura y armonía, sin requerir por tu parte trabajo
alguno. Cuando ocurra, te reirás a carcajadas: habrás comprendido, en términos
conscienciales y en el contexto de la banda ancha de la experiencia humana, el
porqué y el para qué de que pareciera tan difícil algo que es tan fácil y
natural. Y puede ocurrir ahora mismo, no hay nada que esperar; puede ocurrir en
el aquí-ahora, inmediatamente. Tan solo has de hallar en ti eso que no tiene
causa, que permanece inmutable.
¿Cómo
descubrirlo? Es suficiente con que te observes: la alegría y la tristeza, el
placer y el dolor, el bienestar y el malestar, pensamientos, emociones,
sensaciones, sentimientos... vienen y van sin parar a tu alrededor transitando
por la dimensión superficial de la existencia. Y, mientras, algo permanece
ajeno a todos esos vaivenes, testigo imperturbable de cuanto acontece: es tu
dimensión subyacente, sin causa, inmutable, uno. Encuentra eso dentro de ti y
verás que la vida es una unidad orgánica: nada está dividido, todo es uno, las
divisiones y dualidades son inventos de la mente. Esto es lo real: más allá de
la mente, todas las cosas se entremezclan, se funden, se disuelven entre sí en
la Uni-cidad más absoluta. Está ocurriendo todo el tiempo; está sucediendo en
tu vida en este mismo instante… Andas tan liado con tantos problemas que
consideras tuyos cuando no son sino inventos de la mente… Para un momento y
observa cualquier fenómeno...
Por ejemplo, ve
a la cocina o a la frutería más próxima y cómete la fruta que te apetezca. Y
mientas la masticas e ingieres sin prisa, observa y date cuenta de que, gracias
a la fruta, el árbol que la dio se mezcla contigo: la frontera entre la fruta,
el árbol y tú se ha diluido. Pero hay más: el árbol ha transformado en esa
fruta la tierra en la que se asienta y de la que se alimenta, el agua de la
lluvia y de los acuíferos que bebe, los rayos de Sol que recibe y la energía de
las tormentas solares, el viento que lo curte, la noche y la luna que lo
acunan, las lombrices que conviven en sus raíces, el musgo que quizás cubra la
parte baja de su tronco, el trinar de los pájaros que lo acompañan día a día
con su presencia… Y todo eso está en ti y eres tú mismo al comer la fruta.
Muestra tu profundo agradecimiento ante tamaño Milagro. Agradecimiento a la
tierra, al agua, al Sol, al viento, a la Luna, a la lombriz, al musgo, a los
pájaros, ¡a la Vida que tú mismo eres!… Porque tú no puedes comerte la tierra,
ni los rayos del Sol o de la Luna directamente, pero la fruta que la Naturaleza
y el árbol te regalan sin pedir nada a cambio lleva a cabo el milagro y muta y
transforma todo eso para que puedas absorberlo hasta convertirlo en tu propia
sangre… Y tu sangre produce y crea semen, si eres hombre, u ovocitos, si eres
mujer: nace así una semilla y esta semilla puede convertirse en un bebé. Ahora
la fruta está en el niño… ¿Dónde están las fronteras, los límites? La
Naturaleza entera se hace una con el árbol y la fruta, la fruta se integra en
ti, tú das vida al niño y así sigue y sigue infinitamente, eternamente, sin
principio ni fin…
Y sí, si
quieres, en lugar de extasiarte y explotar consciencialmente en tu divinidad
ante algo tan sublime, en vez de estallar en Amor al contemplar tanto Amor,
sigue dándole vueltas a los problemas de la mente, a las ansiedades del ego...
Gozas de libre albedrío para aprisionarte entre los ilusos barrotes de tus
miedos; para hundirte en la mediocridad de tus autolimitaciones mentales; para
deprimirte con ellas y reducir tu divinidad al sentimiento de ser un
desgraciado; para negarte a ver el
sentido de la vida que, sin embargo, la vida te muestra por todos lados a cada
instante; para mantenerte ciego ante el Milagro continuo que eres y en el que
participas activamente… Sí, efectivamente, tienes todo el derecho a elegir
voluntariamente el sufrimiento y utilizarlo como herramienta de tu evolución
consciencial. Vale, sigue sufriendo. No hay problema y no es culpa de nadie: es
tu elección y puedes continuar sufriendo todo el tiempo que quieras…
Pero también
eres libre para abrir los ojos y ver… Ver hasta la médula, hasta la raíz, hasta
la esencia… Ver incluso como esa energía que es la fruta siempre ha estado ahí,
en la existencia; fundiéndose, disolviéndose, emergiendo, yendo de esto a lo
otro, cruzando los límites, las divisiones, las fronteras. Y la totalidad de la
energía permanece igual, no puede aumentar ni disminuir, porque no hay ningún
otro lugar adonde ir. Al todo no se le puede añadir ni restar nada. El todo
permanece igual mientras las cosas están en constante movimiento. Lo que llamas
tu vida no es tu vida: no es de nadie; o es de todos.
El Sol comparte
su vida y su existencia contigo; su energía y su consciencia contigo. Y la
piedra, el musgo, la lombriz, los pájaros, las estrellas, las galaxias…; y
todas las personas del mundo, sin excepción. Y tú compartes siempre con ellas
aunque ni se te pase por la cabeza. Y tu cuerpo morirá y los gusanos se lo
comerán, serás su comida… Es el ciclo natural en que todo encaja y nada sobra
ni falta: tú, durante tu vida física, hiciste de muchas cosas tu comida; ahora
tu cuerpo se transforma en comida de otros… Es una cadena divina sin principio
ni fin, sin nacimiento y sin muerte… Todo se funde en todo, todo se encuentra
en todo, todo se diluye en todo. ¿Por qué te inquietas?
Es más, ¿quién
se inquieta? No eres tú desde luego, porque tú –que no eres “tú”, pues lo que
en verdad eres está más allá de cualquier noción de “yo”– sabes sobradamente,
de manera innata, que solo existe el todo y que las individualidades son
falsas. Por tanto, no hay motivo, razón o excusa alguna para inquietarse. Ya lo
has entendido: el todo sigue viviendo independientemente de que lo que llamas
“yo” viva o no. Tu muerte no es un problema: vivirás en el todo de millones de
formas. En este plano, a veces has sido un animal, otras una planta, otras una
roca… y la vida sigue y sigue... Y has vivido y existes en otros muchos planos,
mundos y Dimensiones… Así que, en cierto sentido, tú no eres nadie, pero en
otro sentido eres el todo. Lo mismo le ocurre al todo, que para ser todo es
nada, aunque esa nada es el todo.
Viejo
hábito
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Nuevo
hábito
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Seguir
dándole vueltas a los problemas de la mente, a las ansiedades del ego...
Gozas de libre albedrío para aprisionarte entre los ilusos barrotes de tus
miedos, para hundirte en la mediocridad de tus autolimitaciones mentales,
para deprimirte con ellas y mantenerte ciego ante el Milagro continuo que
eres y en el que participas activamente… Sí, efectivamente, tienes todo el
derecho a elegir voluntariamente el sufrimiento como herramienta de evolución
consciencial. Continúa atado al viejo hábito del sufrimiento… No hay
problema.
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Encontrar en
ti eso que es ajeno a los vaivenes de los pensamientos, emociones,
sensaciones y sentimientos; eso que es testigo imperturbable de cuanto
acontece y es tu dimensión subyacente, sin causa, inmutable. Hállalo en ti y
verás que la vida es una unidad orgánica: nada está dividido, todo es uno,
las divisiones y dualidades son inventos de la mente. Esto es lo real: más
allá de la mente, todas las cosas se entremezclan, se funden, se disuelven
entre sí en la Uni-cidad más absoluta. Es una cadena sin principio ni fin,
sin nacimiento y sin muerte… Entonces, ¿por qué te inquietas? Es más, ¿quién
se inquieta? No eres “tú”, porque el “yo” no existe: solo existe el todo y
las individualidades son falsas. Tu muerte no es un problema: vivirás en el
todo de millones de formas… Así que, en cierto sentido, tú no eres nadie,
pero en otro sentido eres el todo.
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Ámate mucho
hasta recordar que no eres nadie y eres el todo: la consciencia infinita y
eterna que nunca nació y nunca morirá y es tanto la raíz de toda la existencia
como su propio florecimiento… ¿Dónde está?, ¿dónde mora? No se puede decir
dónde se halla, aunque, desde luego, está en ti, es tu verdadero ser, porque
esta consciencia se encuentra en todas partes. Mejor expresado: “todas partes”
están en ella. Esta consciencia ha ido más allá del más allá y nada la limita.
Por supuesto que está más allá de la mente y el lenguaje. Y también del espacio
y el tiempo… Ambos, el tiempo y el espacio existen en la consciencia y esta
consciencia no existe en el tiempo y el espacio. Es la consciencia iluminada
que constituye tu propia luz. Por eso la iluminación es ser la luz para ti mismo. Una vez que ocurre la
iluminación, todo está en ti. Todo empieza a moverse en ti… Los mundos surgen
de ti y se disuelven en ti porque tú eres el todo.
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Texto extraído del libro Sin mente, sin lenguaje, sin tiempo, del que es autor Emilio Carrillo.
Puedes acceder a él a través de esta web:
http://www.sinmente.com/
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