El maestro tibetano Nyoshul Khen Rinpoche una vez dijo en cuanto a cómo practicar el zen:
“Me
gustaría daros un pequeño consejo a todos. Relajaos. Simplemente
relajaos. Portaos bien los unos con los otros. En vuestra vida,
simplemente sed amables con los demás. Intentad ayudarlos en lugar de
hacerles daño. Tratad de acompañarlos en lugar de abandonarlos. Os dejo
con esto y con mis mejores deseos.”
Suena
fácil, ¿no? como nos enseñaron en el jardín de niños, lo de ser
amables, y cuando es la hora del descanso, relajarnos por un rato sobre
nuestros tapetes con nuestras almohadas. Entonces ¿por qué es tan
difícil hacer ahora? Nos tratamos muchas veces con impaciencia,
agresión, irritación y desprecio. Cuando es la hora de meditar, surgen
un montón de distracciones, todas tan importantes que no pueden esperar
ni unos minutos hasta que terminemos la meditación. Si practicas para
lograr algo, la paz y la alegría y buena salud por ejemplo, es muy
difícil mantener la práctica. En cambio, si puedes sentarte sólo por
sentarte, no para lograr nada, simplemente es lo que hay que hacer en
este momento, entonces la mente puede relajarse y comenzamos a recordar
quienes somos de verdad, la esencia sin comienzo, sin fin, lo que
siempre es presente en todo, pero sin dependerse en nada. De hecho,
cuando contemplamos la nada, preguntándonos “¿Qué es la nada?”, la mente
chica, agitada y frustrada, puede tomar su siesta, sabiendo que“no sabe”, aliviándose
de la responsabilidad de controlar todo, solucionar todo, y prepararse
para todo. Hay algo más sosteniéndonos, pero no es ninguna cosa, es la
nada. Ya, sólo relajarse un momento, abriéndose a la nada, es en sí su
propio regalo. Y desde allí, nos sentimos uno con nosotros mismos de
nuevo, uno con el mundo, y podemos salir al mundo y abrirnos a la
prefección en toda persona y en todo lugar.
Para practicar el zazén, se necesita la plena atención, la que es
nuestra capacidad de ser presente en la experiencia surgiendo en este
cuerpo y esta mente en este momento preciso. Es la intención de abrirse
al mundo como es, simplemente así, sin criticarlo ni aferrarse a nada,
atendiendo a lo que se presenta, siguiendo el consejo de nuestro
corazón, nuestro sí mismo verdadero, la esencia, en la forma más amable
posible, o sea, con compasión, la cual es la respuesta más natural al
sufrimiento que nos rodea. Sin embargo, hay dos formas de compasión: la
pequeña compasión y la gran compasión. Las dos son diferentes de la
empatía, la que se siente por alguien en relación a uno mismo. Por
ejemplo, si sientes lástima por alguien, normalmente es porque la otra
persona está en una situación peor que tú. Estás tal vez motivado a
ayudar a tal persona, esperando que si algún día necesitas ayuda,
alguien te vaya a ayudar también. Esta forma de empatía en referencia a
uno mismo no es la compasión budista.
La compasión budista se siente desde la perspectiva del Dharma, viendo a
los seres sentibles mereciendo lástima no porque son destitutos, sino
porque están sufriendo por su propia voluntad, y ni se dan cuenta. Sólo
se puede generar esta forma de compasión comprendiendo el Dharma, dando
lugar a un verdadero sentido de lástima. Se entiende que la gente hace
daño a sí misma por ignorancia, directa o indirectamente. Un bodhisattva
puede ver esto y sentir lástima por ellos, sabiendo que estos seres no
son conscientes de las causas de sus propios problemas, y por tanto, no
ven la necesidad de conseguir la sabiduría para resolverlos. Un
bodhisattva se dedica incondicionalmente al alivio de las causas del
dolor y el sufrimiento en todos. Incluso, los bodhisattva deberían
practicar la introspección para ver su propia ignorancia dentro de sí
mismos, las causas y condiciones, disminuyendo su propio sufrimiento a
lo más mínimo posible. Al ver el sufrimiento en otros, un bodhisattva
puede reflexionar y ver las causas del sufrimiento en sí mismo.
Esto me pasó a mi hace un par de días. El karma, las causas y
condiciones, pueden surgir en cualquier momento en exactamente la forma
que puede revelarnos donde todavía somos vulnerable a las kleshas de
deseo, aversión, e ignorancia. Tuve este momento revelador entonces al
entrar en un banco para hacer una transacción rápida. Me puse en la
correcta fila corta, según yo, indicada por mi tarjeta “premier”, la que me dio el privilegio de saltar a toda la fila larga esperando su turno, porque “yo”
tenía una tarjeta especial, o sea, privilegiada. Por casualidad, la
cajera de la ventanilla me miró, señalando a su compañera algo en cuanto
a mi. Me indicó que no pudo atenderme porque su ventanilla estaba
cerrada. Le mostré mi tarjeta privilegiada y el letrero frente a la fila
preguntándola, “¿No hay servicio premier?” Dijo que no. Así que me puse
en la otra fila larga, un poco molesto, pero intentando a no mostrar mi
impaciencia. Por supuesto, la fila larga tardó una eternidad en moverse
adelante. Después de unos 15 minutos, otro hombre entró en la fila
corta de premier, y la primer cajera lo atendió en seguida en su
ventanilla. Ya, me puse furioso. “¿Cómo puede ser,” pensé, “que no me
atendieron en la fila privilegiada, y atendieron rapidamente a este otro
hombre? ¿Qué tienen en contra de mi?” Durante el resto de mi espera en
la fila larga, mis pensamientos volaron con toda la injusticia y
prejuicio que me estaban infligiendo. Intenté de practicar con atención
vigilante, dejando las ideas de injusticia a un lado mientras que
experimentaba la pura sensación de ira y enojo en mis entrañas. De
hecho, funcionó hasta cierto punto. Se disminuía mucha la intensidad de
mi agitación. Pero llegando a la ventanilla de la fila larga, todavía
estaba apegado a una sensación de aversión e injusticia. Al terminar mi
transacción, no pude resistir la pregunta en voz alta al cajero
atendiéndome, “¿Si hay una fila con un letrero diciendo “premier” allí, y
la ventanilla con un letrero diciendo “premier” arriba da la ventana de
esta cajera a su lado, ¿por qué no me atendieron?” El hombre mirándome
de una forma confusa me preguntó, “¿Tiene ud. una tarjeta premier?” “Por
supuesto,” dije orgulloso, señalándole mi tarjeta de los privilegiados a
él y a todo el mundo en la fila larga a mis espaldas. Fue como estar
en un circo grande, y yo era la gran atracción. “Por qué lo atendieron a
este hombre, y no a mi?” le desafié. Ya el cajero fue claramente
asustado por mi actitud y tono de voz. No sabía como responder.
Intentando suavizar la confrontación, dijo que las cajeras pensaron que
yo estaba en la fila equivocada de transacciones “express.” Bueno, aparentamente esta fue otro tipo de privilegio al que “yo” no pertenecía, y no entendieron que “yo” poseía el privilegio de “premier”.
Me recomendó el cajero que les muestra mi tarjeta premier la próxima
vez. Sintiendo ya lo absurdo de toda esta conversación de espectáculo,
decidí de escaparme lo más rápido posible, aunque mi orgullo herido
todavía tenía una declaración final expresar: “Lo hice” dijé, “y lo haré
de nuevo la próxima vez, pero a mi me parece una gran falta de
respeto.” Y con esto, me volteé y salí del banco, con todos mirándome
boquiabiertas mientras que me marchaba del lugar fingiendo un triunfo
personal. Incluso en este momento, me di cuenta que acababa de actuar
como un loco de remate, y dudaba si pudiera regresar jamás a este
sucursal bancaria en el futuro. Tal es la mente chica interpretando toda
la información pasando por medio de los sentidos, condicionada por el
karma del pasado, y manifestándose otra vez en el presente. La
diferencia es que esta vez, vi todo pasando frente a mi como por cámara
lenta y comprendí con plena consciencia como mis interpretaciones
equivocadas, juntas a las interpretaciones erróneas de las cajeras,
resultó en malentendidos, emociones negativas, y el sufrimiento para mi,
los cajeros, y todos los testigos del público en el banco. Asi soy yo
con las kleshas de mi propio karma. Comienzo ya la práctica de expiación
y arrepentimiento, resolviendo entonces no volver a hacer lo mismo en
el futuro, contemplando los preceptos 5, 6, 7, y 9, los que tienen que
ver con no nublar la mente (con mi ira); no hablar de los errores ni las
faltas de los demás (el error de las cajeras); no envanecerse ni
despreciar a los demás (mi tarjeta privilegiada de premier y el
tratamiento especial que merecía); y no enojarse (mi ira hacia las
cajeras y las injusticias imaginadas). Esta introspección, viendo las
causas de mi propio sufrimiento, y como liberarme de ellas, es un
aspecto de la pequeña compasión.
En cambio, la gran compasión se manifiensta a un nivel espiritual muy
avanzado de un bodhisattva, cuando esté al punto de convertirse en un
buda perfecto. Sólo budas y grandes bodhisattvas como Avalokiteshvara,
Samantabadra, Kshtigarbha, y Manjushri muestran esta especie de gran
compasión. Ellos no tienen ninguna idea de salvar a un ser sensible; de
hecho, no hay un subjeto que salve a nadie, ni nadie a salvar, ni hay
seres sentibles que existen a salvar. No obstante, la salvación del
bodhisattva surge espontánea y naturalmente salvando a todos. Esto se
debe a su estado de no-yo absoluto, sin objeto ni sujeto. Aunque
nosotros como practicantes ordinarios no podamos practicar todavía así,
debemos cultivar la intención de practicar con gran compasión como los
budas.
Otro requisito
para la práctica del Zen es el cultivo de renunciación. No es que
tuviéramos que dejar nuestras casas para vivir en una cueva. La
renunciación significa soltar los apegos para que estemos libres y
contentos. Aprendemos a soltar el apego a la adquisición, la codicia, el
odio, la avaricia, y la aversión. Nos liberamos del apego por medio de
la renuncia, entrenándonos en como soltarlos. Al renunciar a los apegos,
nos los liberamos por completo. La actitud del no apego en tu práctica
te dará libertad y tranquilidad. Eso incluye la experiencia de cosas
buenas. Hay que decirse que son impermanentes y ningún porqué de sentir
orgullo. Si surgen pensamientos desviados causándote obstáculos y
descontento, también son impermanentes y nada por preocuparse. Al
entender la impermanencia mientras que praticas el no apego, es posible
liberarte por completo. No es sólo algo intelectual. Hay que practicar
estas actitudes en acción en el mundo cotidiano, sabiendo que todo es
transitorio y soltándonos de los apegos y el concepto del yo
independiente. Así, la compasión surge naturalmente, y estamos atentos y
conscientes de como realizar nuestra budeidad en cada momento de la
vida.
Bibliografía
Goldstein, Joseph. (2005). Un Único Dharma. La liebre de Marzo: Barcelona, España.
Yen, Sheng. (2009). Shattering the Great Doubt. Shambhala: Boston and London.
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