Ocurre que cuando al individuo se le prohíbe ser
egoísta, para encontrar un lugar donde querer es cuidarse y atenderse, se
vuelve mezquino, ruin, codicioso, canalla y jodido. El individuo se vuelve
despreciable porque cree que tiene que elegir entre él y el otro, y cuando se
elige a si mismo cree que lo hace en contra de su moral. La idea que anima a
concebir el egoísmo como un desmedro de los otros es plantearse la vida como
una batalla mortal. Pero eso no siempre es cierto. Habrá habido, y seguramente
seguirá habiendo, batallas a muerte, pero analizar el mundo de este modo en
todo momento es una visión limitada con la cual no comulgo.
Hasta que el individuo no descubre su mejor
egoísmo, el poderoso mago dentro de él, no se da cuenta de que él es el centro
de su existencia y decimos entonces que está descentrado. Quiero decir, que
vive y gira alrededor de cosas externas, que hace centro en otras cosas.
Por supuesto, algunos aspectos de nuestro mundo
están compartidos, vos y yo podemos charlar, podemos ponernos de acuerdo y
también en desacuerdo, podemos tener espacios en el mundo del otro y espacios
comunes a los dos. Pero cuando vos te vas... te vas con tu mundo y yo me quedo
con el mío.
Si
yo renuncio a ser el centro de mi mundo, alguien va a ocupar ese espacio. Si giro
alrededor tuyo empiezo a estar pendiente de todo lo que digas y hagas. Entonces
vivo en función de lo que me permitas, de lo que me des, de lo que me enseñes,
de lo que me muestres de lo que me ocultes...
Y por otro lado, cuando me doy cuenta de que soy
el centro del mundo del otro, me empiezo a asfixiar, me pudro, me canso y
quiero escapar...
Mi idea del encuentro es: Dos personas centradas
en ellas mismas que comparten su camino sin renunciar a su centramiento. Si no
estoy centrado en mi, es como si no existiera. Y si no existo ¿cómo podría encontrarte en
el camino?.
¿Por qué es
tan difícil aceptar esta idea del encuentro?
Porque va en contra de todo lo que aprendimos.
Hemos aprendido que si algo para vos es importante, debe serlo también para mi.
Porque estamos entrenados en privilegiar al prójimo.
Pero vengo yo, Jorge Bucay, y provoco,
escandalizo, pateo la puerta y digo:
-
¡Para nada!. En realidad, lo que yo miro es más importante que lo que mira el
otro, mis ojos son prioritarios a los ojos del otro.
Cada vez que explico este pensamiento alguien
salta indignado: ¡eso es egocéntrico!. Y yo digo: Si, claro que es egocéntrico.
Como todas las posturas individualistas, esta postura es egocéntrica. Es
individualista, es egocéntrica y saludable, las tres cosas.
Indefectiblemente, para aprender esta idea del
encuentro hay que desandar la otra, la de la dependencia. Se nos mezclan, seguramente, pero hay que seguir
trabajando.
Hay
que tener el coraje de ser el protagonista de nuestra vida. Porque si se cede
el protagónico, no h ay película.
Extracto del libro:
El Camino del Encuentro
Jorge Bucay
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