“Nuestras
emociones están allí para ser sentidas, pero no para dominar nuestra vida,
porque, de hacerlo, se volverán tóxicas”.
Sanar
nuestras emociones implica prepararnos para liberarnos de las emociones
negativas y tóxicas que, en definitiva, no nos ayudan a encontrar una solución.
La ansiedad,
la angustia, la insatisfacción crónica, el apego, la envidia, el miedo, la
culpa, el rechazo, los celos… Son algunas de las «emociones tóxicas» que
debemos identificar y trabajar para alcanzar la paz interior.
La cuestión
es otorgarle a cada emoción el verdadero significado que tiene. Las emociones
no pueden ser controladas desde fuera sino que deben serlo desde dentro de
nuestra vida diaria. Vivir significa conocerse, y ese conocimiento es el que
nos permite relacionarnos con el otro y con nosotros mismos.
Cualquier
emoción que reprimamos o guardemos —sea positiva o negativa— es susceptible de
convertirse en tóxica. Esa emoción se puede llamar miedo, ansiedad, enojo,
envidia, malhumor, etc. Cuando vivimos la emoción tóxica, de alguna forma
nuestro cerebro la reconduce y al final va a parar a algún órgano del cuerpo,
enfermándonos.
Hay personas
que les cuesta expresar, por ejemplo, el enojo. Creen que estar enfadado es
malo y que no es correcto mostrarse así, por lo que reprimen esa emoción, la
guardan, se la tragan o la disimulan y, sin querer, esa emoción no expresada la
envían a una parte de su cuerpo y pudiendo tener un problema de salud, como un
infarto.
Otras
personas tienen miedo a tener miedo; entonces evitan situaciones que les
generen ansiedad, como por ejemplo hablar en público o estar con otras
personas, convirtiendo esa emoción en tóxica.
Otros
individuos guardan las emociones por tener una autoestima baja y creen que no
tienen derecho a expresar lo que desean o sienten, por lo que anulan las
emociones, canalizando erróneamente los sentimientos y llevándoles a un estado
físico y psíquico enfermizo.
Hay
multiplicidad de causas, pero todas ellas tienen algo en común: cada vez que
guardamos una emoción o la reprimimos, esa emoción puede acabar siendo tóxica.
Nos afecta
produciendo enfermedades psicosomáticas, infartos, enfermedades
gastrointestinales, etc.
Por lo
general, todas las emociones tienen una plataforma emocional: el estrés.
Cuando una
persona tiene una sobrecarga, llámese una deuda económica, un problema en el
hogar, con los hijos o con el trabajo, toda esa sobrecarga al final produce una
enfermedad, ya sea con más o menos incidencia o más o menos gravedad.
Por esto es
importante discernir lo que sentimos y ponerlo en palabras para liberar
cualquier sobrecarga emocional.
Las
emociones no son ni buenas ni malas, simplemente son energía, y la energía es
una fuerza que hay que gastarla o liberarla.
Una de las
emociones nocivas es la llamada ansiedad tóxica. Utilizaremos un paralelismo
musical para entender su desarrollo en nuestros cuerpos. Por ejemplo, las
cuerdas de una guitarra pueden estar muy tensas o poco tensas. Cuando están muy
poco tensas, la guitarra prácticamente no suena; pero cuando están
excesivamente tensas, la guitarra produce notas cada vez más agudas,
rompiéndose fácilmente por la presión de la tensión. Por ello, la afinación
correcta de una guitarra se sitúa en el término medio, en el lugar donde suena
bien y puede hacer buena música.
Esto es
exactamente lo que sucede con la ansiedad. Existe una presión básica que toda
persona necesita; pero cuando hay una excesiva tensión es cuando se produce la
ansiedad tóxica.
Preocupaciones
que uno no puede controlar como ‘y si pierdo el trabajo…’, ‘y si no me va a ir
bien este negocio…’, ‘y si no me van a querer…’, ‘y si no me separo…’, todas
estas preocupaciones no resueltas son las que nos pueden llevar a un trastorno
de ansiedad. Son preguntas del futuro que no tienen respuesta o, más
concretamente, que tienen una respuesta catastrófica.
El pesimismo es una característica habitual
del ansioso. Este tipo de persona siempre ve el final de la película: ve que lo
echarán del trabajo, ve que la relación le irá mal, ve que no será capaz de
cumplir un objetivo y casi siempre imagina un futuro negro.
Es entonces
cuando el organismo reacciona con taquicardias, con sudoración, con mareos, con
constipados, con problemas de sueño, durmiendo todo el día o no durmiendo nada,
con problemas de alimentación, comiendo mucho o no comiendo nada…
El cuerpo
está avisando de que hay una preocupación que es tóxica. En el caso extremo del
proceso, se dan casos de angustia profunda, en los que el individuo siente que
se va a morir, por lo que, por ejemplo, puede ir al cardiólogo para hacerse
pruebas, sin dar resultados positivos, o puede estar andando por la calle y
sentirse angustiado hasta el punto de sufrir mareos, sudoraciones y trastornos
generales sin existir una razón orgánica para tales alteraciones.
El cuerpo
reacciona negativamente al proceso de angustia sin, en realidad, tener ninguna
razón orgánica que lo produzca.
Otra emoción
que puede ser tóxica es la angustia. La angustia es como la alarma de un coche:
si alguien quiere robarlo, suena; pero si la alarma suena en cualquier momento,
significa que el coche está funcionando mal.
La angustia
es buena frente a una situación de desafío o cuando tenemos realmente miedo por
algo puntual. Ahora bien, si la angustia es permanente o se dispara
aleatoriamente en cualquier momento, estamos frente a una angustia tóxica.
Otra emoción
tóxica es la envidia.
Es una
emoción que por fuera parece dar una imagen normal, pero por dentro sufre la
carga de la disconformidad y el deseo incontrolado.
La envidia
puede ser muy falsa, porque aparenta para sobrevivir. Muchas veces se oye
decir: ‘tengo envidia sana’, como si, por poner un ejemplo paralelo, se pudiera
tener un cáncer terapéutico.
No existe el
cáncer terapéutico como no existe la envidia sana. La envidia es una emoción
tóxica que se alimenta de un deseo totalmente incontrolado, de una emoción
desbocada, que intenta descalificar para adquirir una supuesta seguridad propia.
Para vencer
la envidia como para vencer otras emociones nocivas es conveniente tener
conciencia de que existen y que nos afectan. Es el primer paso.
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