sábado, 14 de noviembre de 2015

De mujeres reales y otros demonios


¿No estamos hartas de ver que la chica que anuncia la crema de moda es una jovencita de rostro perfecto en un ambiente ideal y que por supuesto no necesita esa crema?
¿Acaso nosotras que somos mujeres con tallas imposibles, cicatrices, cutis lleno de imperfecciones, estrías y grasas localizadas no debemos existir?
Estamos cansadas de ver una mujer preciosa y jovencísima anunciando unos productos de cosmética que ella misma no precisa y cuyos resultados son demasiado dudables a pesar de su altísimo precio. Pero la publicidad nos hace ver que sí los necesitamos. Entregar nuestro poder como mujeres, ciudadanas y consumidoras a esta imagen nos puede llegar a hacer parecer vulnerables y fácilmente influenciables por un espejismo.

No nos venden un estilo de vida sostenible, no nos hacen aparecer como mujeres reales, como seres maravillosamente imperfectos con nuestras arrugas, nuestras manchas, nuestros dientes no blanquísimos, nuestras celulíticas caderas anchas, nuestros vientres abultados y nuestros pechos con sus peculiares formas. Incluso parece una ofensa el olor de nuestro flujo menstrual que hay que ocultar y cambiar.

¿No somos nosotras mismas divinas con todas esas diferencias que nos hacen reales y auténticas?
¿Qué queremos enseñarles a la generación de niñas que observa estos medios y piensa que este modelo es al que ella aspira ser porque es una mujer ideal alabada por la sociedad?

Definirnos como mujeres reales como una consigna. Como un ser femenino que es mucho más que un anuncio frívolo y superficial de cosméticos y ropa confeccionada explotando a trabajadoras en lugares remotos de tallas imposibles.

¿Nos dicen en los bucólicos anuncios de qué están compuestos esos productos? ¿Nos leen su interminable composición de químicos medioambientalmente irrespetuosos y no inocuos? No. Simplemente nos hacen parecer imperfectas e indeseables ante la presencia de esa maravillosa fémina en ambiente decorativo que aparece siempre etérea, inamovible, inalcanzable, irreal.

¿Por qué no aparecemos nosotras? Las mujeres desiguales y únicas. Reales y perfectas en su imperfección. De tallas más allá de la cuarenta. Las trabajadoras, las madres, las luchadoras, las soñadoras. Las que se definen más allá de estos cánones que no las identifican. Las que tienen la piel seca porque trabajan a la intemperie de sol a sol. Las que tienen canas que no tienen tiempo a cubrir. Las que tienen esos cuerpos redondeados que acumulan grasa y que nos definen como género. Las que tienen los pechos caídos porque decidieron amamantar a sus hijos más allá de los pocos meses aceptados. ¿Dónde están reflejadas en esos anuncios?

Las mujeres maravillosas y creativas. Las que vemos día a día por la calle, en el trabajo. A la puerta de la escuela y que no son esas modelos de tacones imposibles y cabellos nunca encrespados, que aparecen por arte de magia inmaculadamente peinadas, vestidas y maquilladas.

Las diosas que no tienen tiempo a plancharse el pelo cada mañana, que conjuntan la ropa de manera extraña porque el cesto de la ropa sucia está a rebosar a la espera de poder poner una lavadora que ayer no dio tiempo a llenar, que ni se les ocurre ponerse unos tacones de aguja por imaginar un tremendo dolor de pies al tener que andar todo el camino programado para hoy, las que apenas se han podido dar una crema hidratante, nutritiva y reafirmante del lineal del supermercado, formato superahorro porque ese día el carro de la compra estaba fuera de presupuesto y no se podía permitir pagar algo más sofisticado. La que dejó de darse el perfume carísimo que gastaba y lo sustituyó por una colonia familiar que valiera para todos los miembros de casa y la mayoría de ocasiones. Y que únicamente se ha podido dar hoy unos polvos de color en la cara y un poco de barra de labios a prisas y carreras y con no mucho acierto. Y que se sabe divina caminando segura y triunfante por la calle en dirección a un mundo que quiere conquistar.

¿Por qué estas mujeres no aparecen en la publicidad o se ensalzan? Se las intenta anular diciéndoles en los mensajes conscientes o inconscientes: -Tienes que consumir, cuanto más mejor. Porque tú no eres esa persona que intentan que seas. No nos venden acorde a la realidad, nos anulan intentando que asumamos un ideal que probablemente nunca seremos. Porque por mucho que gastemos en productos de belleza y operaciones de estética nunca seremos esa maravillosa y etérea presencia femenina en un mundo paradisiaco. Porque con seguridad no queremos ser ella. Pretendemos ir más allá y ser nosotras mismas.

En busca de un mercado que nos atienda reales no invisibles. Que nos presente una persona anunciando un producto que tenga unos ingredientes que funcionen a un precio razonable y asequible, que sea medioambientalmente respetuoso, porque esto sí nos preocupa, y que nos digan lo maravillosas que estamos siendo como somos cuando nos mostramos sin temor a enseñar lo que nos diferencia, genialmente imperfectas. Que nos vendan ropa y calzado acorde a nuestros cuerpos voluptuosos y sensuales. A las curvas que nos caracterizan y que nos definen.

Y que se nos muestre en nuestra variedad y originalidad. En nuestras distintas edades que nos enriquecen y nos cambian.

Imaginemos un mundo de medios que enseñe la realidad tal y como es. Las mujeres que nos encontramos cada día en el autobús, en la cola del supermercado, caminando por la acera. La diosa que ella es y que pretenden hacer desaparecer. La que tiene el poder junto con los hombres también reales de cambiar el mundo día a día, paso a paso. La que existe en carne y hueso, no en un poster retocado con Photoshop. Ahí está, cada vez más presente y cada vez más real si nosotras mismas nos reivindicamos.
¿Cuánto tardarían en cambiar la campaña publicitaria si dejásemos de comprar sus productos? ¿Cómo harían un nuevo enfoque de imagen si dijésemos que no aceptamos esa utópica postal?

Ana Sabater

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