sábado, 9 de abril de 2016

Estamos en una cárcel, pero cuando lo aceptamos podemos esforzarnos para lograr la libertad.

Estoy sujeto al envejecimiento, no estoy más allá del envejecimiento.

Estoy sujeto a la enfermedad, no estoy más allá de la enfermedad.

Estoy sujeto a la muerte, no estoy más allá de la muerte.

Todo lo que me resulta querido y atractivo, cambiará y desaparecerá.

Soy dueño de mis acciones, heredero de mis acciones, nazco de mis acciones, estoy ligado a mis acciones y tengo a mis acciones como juez. De todo lo que haga, bueno o malo, seré el heredero
(Fragmento del Uppajjhatthana Sutta, del Anguttara Nikaya del Canon Pali)

En estas palabras tenemos al mismo tiempo un acicate y un bálsamo. Un sabor amargo y una dulce medicina. El desconsuelo de la cruda realidad y la esperanza de la promesa que su aceptación abre ante nosotros: estamos en una cárcel, pero cuando lo aceptamos podemos esforzarnos para lograr la libertad. Si queremos liberarnos, antes tenemos que darnos cuenta de que estamos presos. Presos de resentimientos, presos de miedos, presos de preocupaciones, presos de evasiones, presos de postergaciones, presos de irrelevancia, presos de la ilusión de libertad (porque tenemos automóvil y refrigerador, o porque ofendemos cuando se nos antoja). Presos de las atracciones y los antagonismos de nuestro cuerpo y nuestra mente.

¿Por qué no hay más gente libre? Preguntan algunos. Y se responden muchas cosas. Para mí, uno de los principales motivos es que la gente no busca lo que cree que ya tiene. Nos han convencido de que somos libres. Nuestra imagen de libertad es la de una manada de caballos corriendo impetuosamente en el llano, con el viento golpeando su rostro…no tomamos en cuenta que el caballo se cansará, que cuando nos detengamos no sabremos de qué huimos ni hacia dónde nos dirigimos. Que llegaremos a cualquier parte. Reímos con fuerza, pero no con libertad. Debemos contar un chiste para darnos ése permiso; hemos puesto un paso intermedio entre el deseo de reír y la risa, ya no somos como los niños. Y mejor ni mencionar que la risa brote sólo porque sí. Bebemos el café que queremos, pagamos la hipoteca de la casa que escogimos, y trabajamos en lo que nuestros deseos, nuestras limitaciones o nuestros semejantes nos permitieron. Nos creemos libres sólo porque en esta cárcel nos permiten escoger el sabor de nuestro helado.

Puedes acostarte con quien quieras. Pero tienes a tu cuerpo preso de la compulsión por experimentar una sola sensación: el orgasmo. Has perdido la sensibilidad de apreciar todos los matices que tu cuerpo te puede ofrecer, sólo los interpretas como irrelevantes o pasajeros, interrupciones momentáneas entre tú y la meta orgásmica…suponiendo que no has perdido completamente la capacidad de sentirlas.

Podemos gritar y nos sentimos muy fuertes poniendo a la gente en su lugar. Pero nos da miedo compartir nuestros verdaderos sentimientos. A veces, ni siquiera podemos identificarlos. Nuestra evasión no se limita a las cosas espirituales, incluye también nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestras emociones.

Ganas dinero, pero antes de recibirlo ya lo tienes comprometido en un producto que te dijeron que era importante. No se trata solamente de los objetos en los que gastarás tu dinero. La mayoría de nosotros no reflexionamos en que lo que estamos intercambiando por ése dinero es nuestra energía, nuestro tiempo y nuestra vida…no reflexionamos si verdaderamente vale la pena intercambiar nuestra sustancia vital, nuestra savia y nuestro pulso, por los objetos que conseguiremos con las divisas como medio de cambio. ¿No estaremos perdiendo en este trueque demente? Perdemos la salud ganando dinero, y después lo gastamos en medicinas. Las personas abandonan a sus hijos para disfrutar sus propios placeres, y después sus hijos los llenan de tristezas.

Buscamos una espiritualidad light. Se critica la religión de la forma sin sustancia, pero solamente cambiamos la forma creyendo que con ello adquiriríamos también la sustancia. No lo hicimos. Hablando de luz, de ángeles, de ego y del despertar, seguimos tan inconcientes como antes. Es como si hubiéramos cambiado el canal que mirábamos en el televisor y sólo por eso pensáramos que nos hemos levantado del sofá. Dejamos los templos pero nos molesta lo mismo, hablamos igual, vivimos igual y sufrimos igual. No hemos permitido que el Gran Espíritu toque nuestro dolor.

A esto quería llegar. Perdona si te cansé con la arenga anterior: sólo podremos transmutar lo que metamos en el crisol de la alquimia. Sólo podremos cambiar lo que nos atrevamos a tocar y a conocer. Y si tenemos la certeza de que podremos trascender nuestro sufrimiento, también es cierto que solamente será posible si nos permitimos aceptarlo y sentirlo. Sólo entonces la trascendencia se hace posible. Sólo entonces la libertad será una verdadera opción y no sólo un sueño evasivo. La miel de la vida y no la sal de un discurso bonito. 

¡Ah! Cuando toquemos nuestro dolor…¡Ah! Seremos como quien reconoce que tiene hambre y busca alimento para satisfacerla. Seremos como quien está envenenado y busca el remedio para purgarlo. Seremos como quien corre al precipicio y se detiene, da vuelta y se pone a sembrar su tierra. Y nos daremos cuenta de que el dolor es parte de la vida. Que tocarlo no era tan temible como nos imaginábamos. Que el dolor es muy agudo momentáneamente, pero que inmediatamente empieza a reenfocarse y a aliviarse como premio a nuestra valentía. Que somos mucho más de lo que creemos que somos. Y que el Gran Alfarero puede hacer una pieza más hermosa con el material de nuestra vida. Y donde creíamos que nos romperíamos, sólo descubriremos con gratitud que lo que hubo fue una bienaventurada transformación. Buena para nosotros y buena para los demás. Una identidad transformada y una felicidad ampliada. Una paz cada vez más independiente de los apoyos superficiales, y una presencia más poderosa aunque menos egoísta.

Atrévete a tocar tu dolor. Atrévete a transformarlo. No hay nada iluminado en negarlo diciendo que no existe porque te lo dijeron en la espiritualidad de la nueva era. El sufrimiento existe. Lo sientes cada día. Lo ves cada día. Luchas con él cada día. Reconócelo como real. Pero también reconoce que no es definitivo. La sustancia de la que está hecho puede transformarse en otra cosa. Confía en ti. Confía en Dios. Confía en la transformación y en el proceso. Confía en que el río se dirige hacia el océano.

Tu Espíritu puede tocar el dolor. Y cuando los dos se toquen, quiero asegurar que tu Espíritu transformará el dolor en gozo y libertad. El dolor no destruirá tu Espíritu. Tu Espíritu es eterno e indestructible. El dolor es temporal y cambiante; no te destruirá, no es posible. Simplemente acepta las cosas como son. Sé realista en tu vida. Pero colócate del lado ganador.

Transforma tu vida en algo mejor. Transforma tu ambiente en algo más elevado. Transfórmate tú en un ser humano libre. Sé lo que verdaderamente eres.

Te bendigo, con todo mi corazón.
  El Loco.

fuente: aqui

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