Yo no soy nada de lo que creo ser: mis
cosas, mi cuerpo, mis sentimientos. Mi yo es indefinible porque no hay
nada que lo defina. Cuando yo me relaciono con otra persona, ¿con quién
me relaciono?, ¿con una imagen? Cuando me relaciono tengo noción del
otro como unas experiencias, unos recuerdos, y con estas nociones
construyo su imagen. Así es que no me relaciono con esta persona, sino
con la memoria que tengo de ella. Cuando abrazo a un amigo, ¿a quién
abrazo? Abrazo un recuerdo. Es así, y lo cierto es que, si yo fijo la
persona a la memoria que tengo de ella, la estoy fijando a un prejuicio.
Y así funcionamos por la vida, juzgando
por prejuicios. Como consecuencia de ellos, si conocemos a una persona
sólo por sus hábitos, cuando esa persona cambia, lo notarán sólo las
personas despiertas o los que acaben de conocerla, pues para los otros
sigue fijada a sus hábitos, que son lo que recuerdan.
Por ello, nadie es profeta en su tierra
ni entre su familia, por regla general. Porque allí prevalecen los
datos anecdóticos, las apariencias, y la persona queda apegada a esos
recuerdos para sus convecinos o familiares.
De Jesús dijeron sus paisanos: “¿No era
éste el hijo del carpintero?” Y Natanael, antes de conocer a Jesús,
dice: “¿De Galilea puede salir algo bueno?”
Nos movemos a base de prejuicios, de
recuerdos y tópicos. Es peligroso vivir de la memoria, del pasado. Sólo
el presente está vivo, y todo lo pasado está muerto, no tiene vigencia.
Incluso el futuro no existe. Sólo hay vida en el presente, y vivir en el
presente supone dejar los recuerdos, como algo muerto, y vivir las
personas y los acontecimientos como algo nuevo, recién estrenado,
abierto a la sorpresa que cada momento te puede descubrir. Es el ahora
el que importa, porque ahora es la vida, ahora todo es posible, ahora es
la realidad.
La idea que la gente tiene de la
eternidad es estúpida. Piensa que dura para siempre porque está fuera
del tiempo. La vida eterna es ahora, está aquí, y a ti te han confundido
hablándote de un futuro que esperas mientras te pierdes la maravilla de
la vida que es el ahora. Te pierdes la verdad. El temor al futuro, o la
esperanza en el futuro, es igual, son proyecciones del pasado. Sin
proyección no hay futuro, pues no existe lo que no entra en la realidad.
Cuentan que un indio, condenado a
muerte, se escapa y como lo persiguen de cerca se sube a un árbol que
está colgado sobre un precipicio. Abajo lo esperan sus guardianes. No
tiene escapatoria. Pero, de pronto, descubre que el árbol al que se
subió es un manzano. Entonces coge su fruto y se pone a saborear las
manzanas que están a su alcance. Esto es saber saborear el presente, sin
proyectar el pasado en el futuro. ¿Sería posible vivir sin angustias ni
preocupaciones? Eso sólo lo descubriréis cuando estéis despiertos y
viviendo en presente.
Cuando san Juan de la Cruz habla de la
purificación de la memoria, se refiere a purificarla de toda emoción. No
anclarse en los recuerdos, ni sufrir de nostalgia, ni de añoranzas.
Liberarse de las emociones del pasado; liberar la memoria de toda
emoción para recibir limpiamente todo lo nuevo. Estar disponible, para
recibir a la persona en cada momento, limpio de todo recuerdo y emoción.
Cuando te encuentro, para percibirte con claridad, he de dejar atrás
todo lo pasado -tanto lo bueno como lo malo- para estar abierto a tu
presente sin relacionarte con ninguna imagen, sino con la realidad de
ese presente.
El amor va siempre unido a la verdad y a la libertad, y por eso nunca es débil.
Autor: Anthony De Mello del libro “Autoliberación interior”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.