La
desigualdad de ingreso y de riqueza y los índices de pobreza
vienen creciendo de forma preocupante en los últimos tiempos, y
muy especialmente a partir de la presente crisis económica y las
políticas aplicadas bajo el pretexto del control del déficit
presupuestario.
Todos los datos y
estudios muestran un gravísimo incremento de los niveles de
pobreza, no solo relativa, sino también absoluta. Es urgente buscar
fórmulas que corrijan esta situación.
Una
de las propuestas más eficientes para erradicar la pobreza sería la de
habilitar una renta básica de ciudadanía. La renta básica es una
asignación monetaria pública incondicionada y universal,
garantizada por tanto para cualquier ciudadano, sin
contrapartida ni compromiso alguno y con independencia de las
circunstancias personales o de otros recursos y de la situación laboral o
familiar.
Sus características serían las siguientes:
- La renta básica sustituye e integra a todo subsidio personal preexistente de cualquier administración pública, siempre que sea de nivel igual o inferior al que se fije para esta renta básica. Esto incluye tanto las transferencias explícitas (transferencias monetarias) como las implícitas (beneficios fiscales de carácter personal). Por lo tanto, no viene a sumarse a las prestaciones existentes.
- La renta básica no debe afectar a las prestaciones “en especie” ligadas al Estado de Bienestar, como educación y sanidad, ni siquiera a la red de asistencia social. La renta básica busca, entre otros objetivos, simplificar la maraña existente de subsidios, pero no puede entenderse como un pretexto para reducir los derechos de acceso a bienes preferentes básicos como los citados.
- La renta básica es percibida por todo ciudadano mayor de edad con residencia permanente. Los menores de edad tendrían derecho, en su caso, a una prestación menor.
- La renta básica no está sujeta a tributación directa alguna, si bien permitirá, como regla general, gravar desde el inicio cualquier otro ingreso.
Las transferencias
monetarias representan un peso fundamental en los Presupuestos de las
Administraciones Públicas. De esas transferencias, la mayor parte
responden a contribuciones previas por parte de los beneficiarios. Junto
a ellas, proliferan una amplia variedad de subsidios a todos los
niveles administrativos. Por citar algunos de ellos: las rentas
de inserción (con nombres variados) de Comunidades Autónomas,
las pensiones no contributivas y asistenciales, los complementos
a mínimos de las pensiones contributivas, las prestaciones por
razones familiares, las prestaciones LISMI…
Como
señalan, entre otros, Arriba y Ayala, el sistema de mantenimiento de
rentas sigue formado por una maraña de dispositivos orientados a
distintos grupos de población, cuya fragmentación y
descoordinación se traduce en ausencia de criterios distributivos
homogéneos. Dadas estas limitaciones, no es extraño que las tasas
de pobreza en España sean superiores a las de la mayoría de los países
europeos, con un efecto reductor de la pobreza muy inferior por la
debilidad del sistema de garantía de ingresos.
El
sistema de prestaciones existentes es complejo, heterogéneo y
escasamente eficaz. Quizás por ello, buena parte de los posibles
beneficiarios no acceden a las ayudas a las que tendrían derecho,
mientras que, quizás, hábiles buscadores de rentas pueden estar
disfrutando de forma acumulativa de distintas prestaciones.
Los
costes administrativos de gestión de los programas de sostenimiento de
rentas son muy altos en proporción al presupuesto general del programa,
tanto para la administración pública correspondiente como para el
propio sujeto beneficiario, sometido a farragosos controles y trámites
administrativos. Entre otras disfunciones, es importante el retraso
que se sufre desde el momento en que se inician los trámites de
solicitud y el efectivo disfrute de la prestación, con el
consiguiente efecto de desprotección temporal, a veces superior al
año.
El hecho de que las prestaciones
estén condicionadas al cumplimiento de determinadas circunstancias
y que sean habitualmente incompatibles con la obtención de empleo
u otros ingresos puede suponer un desincentivo al empleo y un estímulo a
favor del fraude y la economía sumergida. El beneficiario sabe que
pierde el subsidio si encuentra trabajo. En alguna ocasión,
puede suceder que disminuyan incluso sus ingresos por causa del cambio
de situación. La trampa de la pobreza está servida.
La
mayor parte de las prestaciones de sometimientos de rentas
implican el reconocimiento público de situaciones de marginación, con
lo que ello supone de estigmatización social de los perceptores y
posibles daños psicológicos y morales consecuentes. Incluso, por esa
causa, determinadas personas podían evitar pasar por la vergüenza de
solicitarlo y se autoexcluyen de la ayuda.
La
propuesta de una renta básica viene a ser una respuesta adecuada a
todos estos inconvenientes, que se convierten así en sus grandes
ventajas:
1. Es una medida directa y eficaz contra la pobreza.
2.
Es de muy sencilla aplicación y gestión, por lo que es
relativamente fácil asegurar el acceso universal y la equidad en su
recepción.
3. Se reducen drásticamente los
costes de gestión relacionados, con lo que ello implica de ahorro de
recursos para las administraciones y para los ciudadanos.
4.
La prestación es previa y automática, por lo que se evitan retrasos
indebidos en su disfrute. No ayuda a posteriori a paliar el peligro de
exclusión, sino que se anticipa la prevención.
5.
La compatibilidad explícita con cualquier otro ingreso permite obviar
la trampa de la pobreza, así como eliminar incentivos al fraude y las
barreras para aceptar ofertas de empleo.
6.
Desaparece cualquier atisbo de estigmatización social o
vergüenza. Es un derecho universal por el mero hecho de ser
ciudadano y miembro de una colectividad.
Y aún pueden añadirse otros argumentos favorables a la renta básica.
A
lo largo de las últimas décadas han aparecido (y desaparecido)
numerosos programas de subsidios que buscaban paliar situaciones
concretas de necesidades especiales. Normalmente, la motivación
fundamental se encontraba en la proximidad de algún proceso
electoral y la utilización de tales programas como instrumento
para la captación de votos: “cheque bebé”, renta de
emancipación, subsidio de sostenimiento tras el agotamiento de las
prestaciones por desempleo, ayudas por maternidad y natalidad,
programas de alimentos… La proliferación de programas ha
contribuido en buena medida a muchos de los defectos
anteriores, como complejidad, inequidades, costes administrativos,
burocratización y falta de eficacia. La renta básica da
respuesta ordenada a casi todos los motivos que han podido justificar
propuestas como las citadas.
Viene
constatándose desde hace décadas el bajo gasto en protección familiar en
España, situándose nuestro país entre los últimos de Europa en este
aspecto (una explicación adicional para el dato de que uno de cada tres
niños en España se encuentre en situación de pobreza). La renta básica
supone una ayuda importante para la infancia y para las familias que
tienen menores en su seno.
En esa misma
línea, puede ser un pequeño incentivo para incrementar la
natalidad, al facilitar recursos adicionales con la llegada de
descendencia y paliar el temor a no poder afrontar los gastos que esto
supone. Dadas las actuales condiciones demográficas en España, este
incentivo ha de considerarse una ventaja adicional.
Las
crisis económicas suponen habitualmente una espiral recesiva, puesto
que la menor actividad genera desempleo creciente y, en cadena que se
autoalimenta, menor renta, menor consumo, impagos, dificultades
crediticias, menor inversión, cierres empresariales, más desempleo… La
renta básica actúa como un colchón estabilizador, aminorando el efecto
negativo y ayudando a mantener un nivel de consumo básico. El suelo del
ciclo se sitúa en un escalón más elevado.
Se
cita a veces el artículo 25 de la Constitución Española como
fundamento legitimador de la renta básica, por cuanto es instrumento
potente para garantizar el derecho reconocido a una vida digna. En todo
caso, es evidente que las situaciones extendidas de pobreza y exclusión
social pueden provocar graves daños a la cohesión social y la renta
básica puede ayudar a paliar esos efectos.
Obviamente,
no faltan críticas e inconvenientes respecto a la posible
implantación de una renta básica. De hecho, para muchas personas,
algunas razones parecen tan obvias que se cierran intuitivamente al
propio debate. El rechazo previo de algunos es tan rotundo que ni
siquiera se posibilita profundizar en el estudio de su hipotética
viabilidad.
Pero el análisis de esos inconvenientes bien merece una segunda parte específica.
Artículo publicado en eldiario.es
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