Hay muchas formas sutiles del ego que pueden pasarse por
alto fácilmente, pero que podemos observar en otras personas y, más
importante todavía, en nosotros mismos. Es preciso recordar aquí que tan pronto como tomamos conciencia de nuestro ego, esa conciencia es lo que somos más allá del ego, el “Yo” profundo. El reconocimiento de lo falso comienza a aflorar lo real.
Por ejemplo, cuando estamos a punto de darle a una persona una
noticia y decimos, “adivina, ¿todavía no sabes? Déjame contarte”,
estamos lo suficientemente alertas y presentes para detectar una sensación momentánea de satisfacción antes de impartir la noticia, aunque sea mala. Eso se debe a que, por un instante hay a los ojos del ego un desequilibrio a favor nuestro y en contra de la otra persona. Por un instante, sabemos más que el otro. Esa satisfacción la siente el ego y se deriva de una sensación más
fuerte del yo con respecto a la otra persona. Aunque esa otra persona
sea el presidente o el Papa, nos sentimos superiores en ese momento
porque sabemos más. Muchas personas son adictas a las murmuraciones en parte por esa razón. Además, las murmuraciones conllevan un
elemento malicioso de crítica y de juzgar de los otros, de tal manera
que refuerza al ego a través de la superioridad moral implícita pero
imaginada que sentimos siempre que juzgamos negativamente a otra
persona.
Si una persona tiene más, sabe más, o puede hacer más que yo, el ego se siente amenazado porque la sensación de ser “menos“ menoscaba lo que imagina ser con respecto a esa otra persona. Entonces
podría optar por restablecerse disminuyendo, criticando o
menospreciando el valor de los bienes, el conocimiento o las habilidades
de la otra persona. O podría cambiar de estrategia y, en lugar de
competir con la otra persona, se engrandecerá asociándose con esa
persona, si es que ella es importante a los ojos de los demás.
fuente: aqui
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